A medida que más se ingresa a la adolescencia, más amplia se va haciendo la distancia emocional con la niñez, motivo por el cual en esta etapa suelen aparecer abruptamente episodios de tristeza, de enojo, irritabilidad, aislamiento, entre otros.
Durante las sesiones psicológicas, muchos padres y/o cuidadores se cuestionan desesperadamente por el cambio drástico en la forma de ser de sus hijos, tratando de identificar causas externas, pero en realidad, la causa base, es que los adolescentes estarían atravesando por las fases de duelo psicológico, al estar «perdiendo» en cierto modo, su imagen, identidad y forma de relacionamiento de la etapa previa, de la niñez.
La pubertad es aquella etapa que vendría a ser el puente entre la niñez y la adolescencia. Y en donde podríamos argumentar que el duelo se inicia y estanca en la fase de negación. Los púberes tienden a presentar problemas en el manejo de las emociones, aún cuando ya habían logrado cierta madurez emocional. Es la etapa en la que usualmente ya no se quiere crecer más, por lo que ronda de cerca la emoción del miedo, se vuelve a viejos apegos, aparecen dificultades para compartir, y en algunos casos el conocido «Síndrome de Peter Pan», que se caracteriza tal como el cuento, por una evasión a tomar conciencia de la nueva fase de vida, rechazándose a sí mismos.
En esta transición de la niñez/pubertad/adolescencia, se tiene que atravesar por varios ciclos, como los son por ejemplo los cambios en el aspecto físico, psicosocial y los cambios en la relación con los demás.
Respecto a los cambios en el aspecto físico, Aberastury y Knobel (1997), lo denominan «Duelo por el cuerpo infantil», y describen que se trataría de la forma en la que los adolescentes ven todos los cambios físicos por los que atraviesan de una forma pasiva, como meros espectadores, hecho que genera una sensación de pérdida de control sobre la apariencia física. El crecimiento del cuerpo, genera en la mayoría cierta torpeza al caminar, al tener que manipular algún objeto, dado que se están acostumbrando a las distintas proximidades.
En esta etapa de vida, aparece el rechazo a verse frente al espejo o a aparecer en fotografías o videos. Esto porque no hay un entendimiento claro de los cambios físicos. Una vez una púber me dijo: «No me gustan las fotos porque me recuerdan lo distinta que soy, no me reconozco». Muchos de ellos también se niegan a mantener sus hábitos de higiene personal, en donde se vuelve un motivo de discusión constante, el «no me quiero bañar», no solo se trata de una manifestación de cierto estado depresivo (en donde se remarca el descuido al aspecto físico). Si no también de un rechazo a tener que verse desnudos, y en el camino, reconocerse.
Un segundo tipo de duelo, se debe a cambios en el aspecto psicológico, dado que gran parte de la identidad del que hasta hace poco era niño(a) está quedando en el pasado. Y se activa la incertidumbre respecto al ¿Quién soy? Otro aspecto que influye en este duelo, se refleja de sus acciones contradictorias en sus expectativas de autonomía, un adolescente puede sentirse en la capacidad de tomar más decisiones, pero a la vez, evade la responsabilidad de las consecuencias que no esperaba conseguir. Existen más características que se alteran en este proceso de crecimiento, tales como la evolución afectivo- sexual y la inmadurez psicosocial.
Un tercer tipo de duelo durante la transición, se refiere a la forma en la que cambian las relaciones interpersonales. Es bastante sencillo de darnos cuenta, no le hablamos igual a un niño que a un adolescente, y es justamente este desprendimiento forzoso del mundo infantil lo que los motiva a desconfiar del resto. Están centrados en reconocer el nuevo lenguaje, la nueva forma de trato, las exigencias, límites, etc.
Es necesario señalar que, los padres y/o cuidadores también experimentan un duelo al dejar de tener un hijo(a) que curse la fase de niñez, en donde se podía percibir una relación más protectora, de mayor cuidado, de menos responsabilidad para los hijos(as), incluso de mayor paciencia.
Ojalá notáramos más la gran necesidad de entendimiento que tienen los adolescentes. En este periodo es donde las heridas de infancia salpican, y si no tienen a una persona con quien hablar, aprenderán a disimular socialmente, sintiendo la incongruencia que se siente al no permitirse ser, quien realmente uno es.
Ser conscientes de esto nos podría servir para incrementar la empatía, aún cuando la brecha generacional tiende a obstaculizar la comprensión. Consejería a un adolescente en terapia: «Entiendo tu temor, tristeza, enojo, es difícil dejar de vernos, de pensar, sentir y comportarnos, de la única forma a la que estábamos acostumbrados. Es un proceso que va a tomar unos años, hasta que logres adaptarte. En realidad, el niño(a) interior no tendría que desaparecer, y eso va a depender únicamente de ti. Está bien crecer, no tienes que ir tan rápido, puedes hacerlo a tu ritmo. Pero no te detengas porque hay un mundo precioso también en la mente de los adolescentes, sobre todo de aquellos que nunca dejan de ser niños(as)».
Bibliografía:
Aberastury, A. y M. Knobel (1997). La adolescencia normal. Buenos Aires, Paidós