CAPÍTULO III: «Cuando las aulas escolares se volvieron del tamaño de las pantallas»

Este artí­culo esta inspirado en una investigación sostenida en las consultas psicológicas con los distintos padres y niños. Por lo que, voy a presentar a un personaje, de nombre José Gabriel, construido para permitirme hacer una simulación de lo que sucede en la vida de los niños mientras cursan sus clases virtuales.

José Gabriel, será caracterizado como un niño de nueve años, estudiante del 3er grado de primaria en un colegio mixto, colegio al que asiste desde que tiene 3 añitos. Vive en un departamento en el 4to piso de un edificio, junto a su hermana Clarita, de 4 años, y a sus dos padres. Su madre trabaja a medio tiempo, vendiendo productos de estética por internet, y su padre es agente inmobiliario.

Normalmente, el padre de José Gabriel lo despierta a las 7am, luego de eso, él se asea, va al comedor a desayunar junto a sus padres y hermanita, y posteriormente, se traslada al espacio asignado para poder hacer sus clases virtuales.

Y así, empieza, su nueva rutina de vida: Hacer click, abrir la plataforma, ingresar su usuario y contraseña, colocarse los audí­fonos, escuchar y observar al profesor(a), hacer las actividades que se indican, como por ejemplo, escribir, dibujar, pintar, leer, resolver, analizar, y en todo el proceso, tratar de aprender.

Nuestro hogar es un espacio privado en el que guardamos todo lo que necesitamos para nuestra supervivencia (alimentos, abrigo, medicinas…), lo solemos complementar con aparatos electrónicos que nos faciliten cumplir con nuestras funciones de vida (cocina/cocinar, lavadora/lavar, televisor/entretenimiento). Aparte de ello, recurrimos a decorarlo con objetos que nos evoquen emociones agradables, como por ejemplo, fotografí­as, cuadros, flores, plantas, etc.

Es como un refugio en donde tratamos de guardar lo que necesitamos, y realmente pasamos tanto tiempo ahí, que ya hemos perdido la cuenta, y lo sentimos hasta como parte nuestra. Es más, si la vida fuese una pelí­cula, para la mayorí­a, nuestro hogar serí­a una de las escenografí­as más frecuentadas.

Hasta antes de la cuarentena, para los niños el hogar podrí­a ser visto cómo un espacio de comodidad. Sin embargo, actualmente, se trata del contexto espacial en donde se han ido materializando todas sus actividades.

Las paredes del colegio, se han pintado del color de nuestra sala, habitación, cuarto de estudios, etc. Resulta interesante reconocer que hoy en día, la casa es el nuevo colegio.

Por todo lo mencionado anteriormente, podemos afirmar que, en nuestros hogares existen muchas distracciones, especialmente para los niños(as) y adolescentes, como por ejemplo, la TV, el celular, los juguetes. Es más, quizá muchos de estos objetos los adquirimos en algún momento de nuestras vidas justamente para «distraer» a nuestros hijos(as).

Continuaré describiendo el caso de José Gabriel, quien desde que inicio la cuarentena, viene desarrollando sus labores académicas en la mesa del comedor. Uno de los motivos de consulta, fue que, él se distraí­a constantemente desde que se sentaba, incluso se tomaba mucho más tiempo del habitual en responder los ejercicios.

Un día de terapia, le pedí­ a su madre que se sentará en el lugar de estudios de José Gabriel, y que hiciera de forma «impulsiva» todo lo que le provocara. Ella inició mirando los cuadraditos de los individuales, luego los levantó y con la mano izquierda pellizco y doblo cada esquina. Después de unos instantes, se sirvió un vaso con jugo color naranja, y se inclinó para mirar hacia abajo de la mesa, notando que, bajo la silla de José Gabriel, habí­a una cajita de madera, enseguida recordó y dijo en voz alta: «Esta es la cajita en dónde le regalamos soldaditos la navidad pasada». Seguido a ello, comenzó a apoyar los pies en la cajita, y notó que la distancia entre la laptop y sus ojos era muy lejana, por lo que, trató de acercarla, pero entonces, no habría espacio para el cuaderno de estudios. Luego de resignarse, comenzó a pintar en una hoja reciclada, y cuándo el lápiz se quedó sin punta, inició la búsqueda del tajador en una cartuchera de interminables útiles de estudio. Luego, se puso de pie, dirigiéndose hacia la cocina, en búsqueda de un tacho de basura… Y así, nos pasamos una hora, ella «sintiéndose niña», y yo, cómo un «detective entendiendo la encrucijada».

«Definitivamente no es lo mismo», pensé. La distancia entre las cosas, la mesa larga y grande, la silla de adultos, la cajita de soldados usada como una especie de apoyo pisa-tierra, la distribución espacial del material académico, la cantidad de estí­mulos…

Del mismo modo, antes de culminar la sesión narrada, la madre de José Gabriel, habí­a tomado dos vasos de jugo, y se habí­a comido dos panecillos. Lógico, pensé, comer es lo que hacemos en la mesa del comedor. Es por esto que, hay que analizar el espacio asignado a nuestros hijos, observar la diferencia en la funcionalidad del ambiente previo, y tratar de disfrazar este nuevo espacio.

Como es evidente, los niños necesitan un espacio tranquilo y agradable donde logren concentrarse para hacer las actividades escolares.

En terapia, con ambos padres de José Gabriel, empezamos retirando los objetos distractores identificados previamente, aplicando la «Técnica de control de estí­mulos», que intenta controlar cualquier estimulo que provoca una conducta, con el objetivo de limitar o retirar las condiciones en las que surge la dificultad conductual.

Aparte de ello, hicimos una lluvia de ideas para «re-decorar» el espacio de estudio, hecho que luego los padres de José Gabriel concretizaran en casa. Y así, quedó fijada como una rutina preestablecida, el tener que hacerlo, antes de iniciar la jornada académica, así cómo el tener que, retornarlo a su forma original cada momento de comida.

Ahora bien, si tenemos un escritorio destinado únicamente para las labores académicas en casa, repensamos si su ubicación facilita el aprendizaje. Normalmente escogemos un rincón de su habitación para colocarlo, pero a veces puede ser interesante, especialmente cuando son más pequeños, reservar un espacio en la sala para ello, así, los podremos supervisar con mayor frecuencia.

Así mismo, para que los niños sientan que cambian de rutina, puedes crearles dos ambientes de estudio. De esa forma, podrán ir alternando en el transcurso del día, acorde a los cursos que lleven en sus clases virtuales, esto también ayuda a mantenerlos en movimiento, y a flexibilizar, de cierto modo, su rutina.

La luz es otro factor clave, la mayorí­a de clases virtuales se dicta en turno diurno, esto facilita que los estudiantes realicen sus actividades con luz natural, aseguremos que la ubicación del escritorio o mesa de estudio, obtenga el mayor beneficio de recibir la luz del día, en base a su posición. Es más frecuente que, en las tardes hagan las tareas escolares, por lo que, resultarí­a interesante, tal cuál se lo sugerí a los padres de José Gabriel, se sienten a leer un libro, a distintas horas del día y comprueben la eficacia de la luz en la consecución de sus objetivos.

Por otro lado, es necesario que la mesa y la silla de estudios, mantengan unas proporciones adecuadas a las medidas del niño(a), y este punto es uno de los más importantes para garantizar la permanencia del niño en el espacio fí­sico, dado que, si se siente incómodo, evadirá la situación, levantándose cada que pueda.

En ese momento de la terapia, ya organizando lo que se pudiera ver de forma externa al proceso de aprendizaje, consideré instruir a José Gabriel, y a sus padres, en la técnica de autoobservación, la que utilizamos para identificar las conductas no observables externamente. Una vez efectuado el entrenamiento, se le entrega una ficha que él pintarí­a con sus diseños favoritos, para que allí anotara cada que, algún hecho o situación acerca de su espacio de estudio le incomodará. A los 5 dí­as de seguimiento, tení­amos tres fichas completas, con datos no previstos, como: «Me da hambre el olor de la comida cuando mamá la prepara», «Suena el timbre de la clí­nica que está al frente a cada rato, y ladran mis perritos», «Me duele la espalda, porque la silla es dura», «No me gusta que atrás mí­o esté la pared y no me pueda mover», etc.

A raíz de estos comentarios, cada día fuimos mejorando el espacio escolar de José Gabriel, y Clarita, su pequeña hermana, quien tuvo la iniciativa de unirse a nuestros objetivos, justo al momento en el que pensábamos en que nombre colocarle a este espacio de estudio, en donde fluyeron las siguientes ideas: «Cuarto de cuadernos», «Colegio en casa», «Espacio de astronautas», etc. A estas alturas, el objetivo es que interioricen el concepto del nuevo espacio.

Una de nuestras últimas aventuras junto a José Gabriel, y su familia, fue emplear la técnica de Arteterapia, para relajarnos y crear decoraciones adecuadas para su espacio académico (Dibujos, notas motivadoras, estante con trofeos, una mascota vegetal, etc.).

Durante este proceso de acomodación del espacio académico, recordemos ir alternando el juego con la comunicación, para consolidar el ví­nculo de confianza con el niño(a).

Hace unos meses, la situación era completamente distinta, cómo hemos podido analizar, la diferencia entre las clases virtuales y las clases presenciales es abismal, y no sólo para José Gabriel. Por esto, es necesario que cambiemos de expectativa, una clase virtual no va a cumplir los mismos criterios que se tomaban en consideracion en una clase presencial, y viceversa.

Tratemos de continuar favoreciendo la adaptación de nuestros niños(as) enfocados en sus necesidades.

DÍAS DE DUELO: Descendiendo por la madriguera

Mi peor miedo, desde que era una niña, era que algún día, él me faltara.

A mis treinta y uno, ese miedo vino a casa, estaba allá­, yo no sabí­a, surgió de pronto, y así un martes de madrugada me enterarí­a que mi padre, abuelo materno, maestro, y mi gran amigo habría fallecido, aún sigo oyendo el eco del dolor de ese día.

No querí­a perderlo, no aún, no así, ¿Quizá nunca?

En ese momento sentí cómo la muerte se habí­a apoderado también de mi vida.

Es tan abstracto el amor, que el cuerpo que lo habita es el instrumento que nos permite materializarlo.

Desde hace unos dí­as, he vuelto a uno de mis libros favoritos «Alicia en el Paí­s de las Maravillas», y ahora que trato de explicar lo que siento, mi mente evoca lí­neas de sus fragmentos. ¡Jamás me habí­a sentido tan Alicia!

Capítulo 1: En la madriguera

Siento que estos dí­as los podrí­a representar la escena en la que Alicia caí­a hacia lo más profundo y oscuro de la madriguera por tratar de seguir a su admirado señor conejo, para no perderlo.

Para contextualizar, el relato dice así:

«La madriguera del conejo era en lí­nea recta como un túnel, y después torcí­a bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecí­a un pozo sin fondo. O el pozo era en verdad profundo, o ella caí­a muy despacio, porque Alicia, mientras descendía, tuvo suficiente tiempo para mirar a su alrededor y para preguntarse qué iba a pasar después. Primero, intentó mirar hacia abajo y adivinar a donde irí­a a parar, pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada».

Aún me siento cayendo, y a veces me da vértigo no saber cuándo encontraré tierra firme nuevamente.

Sentir que no puede permanecer fí­sicamente lo que más has amado en la vida, es superar cualquier umbral de frustración, no hay marcha atrás.

Es triste reconocer que con la muerte se agota la posibilidad de tener nuevas experiencias junto a la persona amada. No habrá más abrazos, ya se escuchó su risa por última vez, no podré repetir la sensación de calor de estar recostada en su pecho, sintiendo los latidos de su corazón.

No voy volver más a casa, pensé. Y, no me referí­a al hogar de material noble en el que habí­a crecido, me referí­a a ese espacio triangular que se formaba entre sus costillas, en el que me refugiaba, en el que me sentí­a siempre a salvo.

Sé, que cómo yo, en estos momentos, hay muchas personas cayendo por la madriguera, por eso me atrevo a escribir algo tan personal, aunque no forma parte del diario que suelo escribir, lo que siento contiene un dolor puro, cómo le dice mi psicóloga, y si hay alguien atravesando por una situación similar que me está leyendo, quiero que sepa, que literalmente, lo siento mucho.

Este tiempo de distanciamiento, convierte cualquier episodio de transición de vida, en algo distinto. El homenaje que solemos tener en un tradicional velorio, el poder abrazar a tu madre y a tu familia para llorar en coro, la despedida usual, no es una opción dadas las circunstancias.

Tener que adaptarse a la pérdida, mientras nos adaptamos a esta forma de vida, transforma el dolor en inquietud, en incertidumbre, en angustia.

Desde que partió, vengo cuestionando cada una de mis creencias, me he reseteado más de una vez, pero aún sigo en la madriguera buscando a mi amado padre. Y, asumo que parte de mí­, se quedará en esa espiral de tiempo, hasta que nos volvamos a encontrar, porque contra todo pronóstico, no puedo resignarme a pensar que, aquí termina, nos faltó tiempo para amarnos, para reí­rnos, para abrazarnos.

Quizá sea uno de los textos más emotivos que me permita publicar en este blog, pero el objetivo sigue siendo el de aprender. más allá de una teorí­a o de ciencia, hoy escribo en nombre de la experiencia… Y sólo puedo decir que, nuestros ojos son escondites de memorias, y que, llorar me ha salvado.

Un duelo, es una perdida, y adaptarnos a todo lo que eso conlleva, trae consigo vivenciar el dolor del alma. Es necesario escucharnos, meditar, el silencio, permitirnos sentir, aprender a decir hasta pronto cada que un pensamiento de negación nos invada, y poder regalarnos un viaje al pasado cada que lo necesitemos.

El ví­nculo que entablamos con los demás, depende significativamente de la forma en la que las personas nos hacen sentir, y mi padre ha sido la persona que más ha influido en mí­.

Lo llevo dentro, es una sensación extraña, pero cuando tomo aire para seguir adelante, lo siento volviendo a tomar mi mano, como acompañándome, aunque no lo vea, aunque no lo escuche, aunque no lo pueda tocar más, este corazón mí­o, late por ambos.

Cuando tenemos este tipo de pérdidas, es cómo si el sol se escondiera, y lloviera intempestivamente, pero por dentro, es lógico que con el duelo se curse una depresión, y todo lo que eso conlleva.

Aceptar el estado de ánimo, nos permitirá tomarnos un tiempo, nuestras propias emociones serán el despertador que suene cuando estemos listos para retornar.

Por ahora, un tiempo esta bien, y es ahí donde no sólo extrañas la presencia de la persona amada, sino que, poco a poco, te extrañas a ti misma, porque ciertamente tampoco estás, ya no eres la de antes, y en medio del desprendimiento, hay que tratar de reconocerse.

El impacto emocional que trae consigo una perdida es indescriptible, pero hay mucho por hacer, y hay que empezar por uno mismo, concientización ante la realidad, desahogo, modular las emociones, pero sobre todo permitirnos sentir.

Si vienen recuerdos, voces, sensaciones, toma un momento en silencio, necesitas escuchar, presta atención, podría resultar más agotador el evitar hacerlo.

Además, el confinamiento en una situación como esta, genera otro tipo de emociones, y transforma el duelo en algo incierto, la pérdida del desahogo social, queda ciertamente limitada. Aunque, debo agregar que, con lo sucedido, los lazos con los miembros de mi familia se han fortalecido, y que, las personas que habí­a elegido a lo largo de mi vida como amigos(as), a pesar de la distancia fí­sica, me han hecho sentir como si me rodearan en un cí­rculo y me abrazaran hasta el cansancio.

Definitivamente el apoyo social en un proceso de duelo, te retorna al amor, a la esperanza.

«Reinaba en torno a ella una profunda oscuridad y solo conseguí­a ver un largo pasadizo que se abrí­a ante ella, en el fondo del cual se distinguí­a apenas la figura del Conejo Blanco, que desaparecí­a en la lejaní­a».

Para atravesar cada una de las fases de duelo, se requiere de un rol activo, necesitamos encontrar un propio significado a la pérdida, y formas de canalizar la angustia, yo he vuelto un poco al pasado, revisando videos, fotografí­as, escuchando canciones. Y mientras me mantengo en el presente, escribir me permite de alguna forma continuar hablándole.

Aunque quizá la tarea más dura de estos dí­as sea el tratar de ser una persona más justa conmigo misma, sin exigirme de más, pero a la vez, sin rendirme mientras lo echo de menos…

Después de todo, sí­ que cuando el tiempo me haga sombra, podré volver a casa, desprendiéndome de la tristeza, dejándola, antes de entrar, encima del tapete de bienvenida.

Después de todo, sé que aún puedo volver a mi refugio de colores, en dónde observo a mi padre cada que cierro los ojos, tranquilo y sonriente, en dónde lo siento, cuando observo mis manos, las que tantas veces el sostuvo, mientras las medía junto a las suyas y repetí­a, que eran las manos que más se le parecí­an. ¡Prometo construir lo mismo que hiciste con las tuyas, cuidándonos!

Dedicado a mi persona favorita, Jaime Ernesto Alfonso Muñoz Romero