La muerte es un suceso trascendental que pone fin a nuestros días, para muchos, el final en este plano de existencia es causa de reflexiones, temores y cuestionamientos, y por esto, obliga a los hombres a ser más profundos.

Memento mori, recuerda que morirás, es una frase que proviene del latín y que nos recuerda la finitud de la condición humana, se dice que en un sentido que pretende evocar humildad en la persona. Se encuentra también en escritos de filósofos estoicos como Séneca y Marco Aurelio, quienes tenían reflexiones sobre lo efímero de la existencia, y es en este sentido donde yo creo que la frase tiene más relevancia, en que la reflexión sobre la muerte nos llame a vivir de forma significativa y con conciencia, de forma virtuosa como decían los filósofos estoicos.
La vida y la muerte
Me encantan las reflexiones sobre la vida que tiene esta nueva generación, es parte de la adolescencia el hacerse preguntas y cuestionar las cosas, las reglas y lo que los adultos les dicen. Como una persona que le da importancia a filosofar, nada me merece más respeto que esta necesidad de cuestionar. Esta nueva generación con más libertad, se da el permiso de ser graciosa, de hacer bromas de sus miedos, de su dolor, y muchos (no todos) están preocupados en cuestionar y enojarse con la gente que se burla de otros, que hablan de físicos ajenos o que discriminan y son intolerantes a las diferencias. Mis ojos brillan al ver a los adolescentes.
Uno de los «eventos canónicos», como bien dirían ellos, fue cuando vi una tendencia donde los jóvenes se quejaban de haber nacido, de que nadie les había pedido permiso para traerlos a este mundo. Así como lo leen, queridos lectores. No hay nada más interesante y gracioso, pues son cosas que pensé, pero que nunca pude expresar, y, al tener a mi adolescente interior tan presente, yo dije: «los acompaño en su dolor, en el dolor de este despertar». Sé que para muchos la actitud de estos jóvenes será ridícula y una actitud ingrata, pero no es más que un despertar profundo a lo que significa la vida, a la insoportable levedad del ser.
Venimos aquí para morir, venimos a un mundo de dificultades, un mundo que nos exige, nos critica y que no se cansa de pedir cosas, con estándares de éxito y de belleza. La vida y la muerte nos hace pensar en todo esto, ¿qué sentido tiene el estar vivos?, ¿acaso se trata de quién sufre menos?
Los Duelos
La ira
El proceso por el que pasamos en cada pérdida es el duelo, y los duelos que pueden llegar a ser más significativos son aquellos que nos enfrentan a la muerte, a dejar de ver vivos a nuestros seres queridos, o a saber que nosotros mismos dejaremos este mundo. Lo cierto es que enfrentaremos muchos finales con el paso del tiempo: el final de nuestra niñez, el final de nuestras amistades, el final de nuestras relaciones amorosas, entre otras pérdidas, y todas nos obligan a reinventarnos.
Uno de los finales que nos trae de forma obligada una reinvención es la adolescencia. El empezar a apreciar la vida con los ojos de un adulto que ve como muere su niñez, es una de nuestras primeras pérdidas. Y para muchos adolescentes, puede hacer que empiecen lo que sería la segunda etapa del duelo, la ira, pues la vida puede ser injusta y las personas crueles.
En mi propia experiencia de vida, recuerdo descubrir, por primera vez, que la gente le podía hacer daño a otros seres vivos solo por diversión, recuerdo cómo podía ver a muchos adultos minimizar cosas que eran espantosas. Bajo mi mirada, asimilar estas cosas y otras más personales, fue todo un proceso, del que no era del todo consciente.
Como adulta y profesional de la psicología, puedo decir que dudo que exista un solo ser humano (con capacidad de sentir) que pueda decir que no pasó por situaciones desagradables y dolorosas; y sé que cada profesional que se dedica a alguna vocación donde tenga que ver las situaciones personales de otros seres humanos, entiende que los casos varían y que, aunque todos sufrimos y tenemos una historia, estamos frente a una escalera de males y dolores que van desde el escalón de lo triste hacia el escalón de lo inenarrable. La etapa de ira, probablemente, será tan grande como tan alto nos haya tocado estar en la escalera de los males.
Asimilar que nadie escoge venir al mundo, que nadie escoge a sus padres, ni la condición económica de los mismos, ni su genética, ni el entorno en donde nos toca crecer, puede ser más o menos difícil, según el caso, y sin duda, podría hacer que nos llenemos de enojo y nos cuestionemos: ¿Por qué? Esto es muy válido, pero no superar esta etapa puede volvernos personas resentidas. Yo lo llamo el duelo patológico de estar vivos.

La negociación
Esta etapa del duelo es donde las personas, ante una pérdida, después de estar en negación y de pasar por la ira, intentan hacer un pacto: personas que profesan una religión o fe, lo hacen con Dios, otros, con la vida misma. En esta etapa se intenta sopesar nuestras opciones para superar la pérdida por la que se atraviesa. En el caso de estar ante el duelo del final de la inocencia y de la despreocupación de nuestra condición de infantes, después de pasar por la ira o indignación, podemos ver a muchos pasar por esta etapa de negociación, pues no son pocos los adolescentes que se suman o se acoplan a ciertas causas, que encuentran personas a quienes admirar y escuchar, porque comparten sus ideas y con quienes crean relaciones parasociales, hacen de algunas causas, sus causas, y pueden llevar esto hasta el punto de modificar sus acciones, hábitos y estilos de vida. Como por ejemplo, un jovencito que, después de una serie de cuestionamientos, decide hacerse vegano, o una jovencita que, después de lo mismo, decide estar en cada marcha feminista y empaparse de la literatura sobre el tema.
Toda decisión que implique que las personas tomen acciones y procuren cambios, implica una negociación con la vida, para que lo malo mejore. Los adolescentes más comprometidos, a veces, tienen toda la intención de cambiar el mundo, de cambiar lo que es injusto.

La depresión
Al enfocarnos en el paso de la adolescencia a la adultez, se vive la depresión cuando entendemos que no podemos cambiar a otros, o que no podemos cambiarlo todo de acuerdo a nuestras expectativas. Diré que este es uno de los últimos golpes antes de que se determine qué clase de adultos seremos, el golpe definitivo.
Al igual que en la antigua leyenda de los indios Cherokee, donde se nos ejemplifica cómo en la vida nos encontramos ante la dualidad, el dolor de la vida nos puede llevar a caminos diferentes y opuestos, tan opuestos como lo serían un lobo bueno y un lobo malo. Según el relato indio, en nuestro corazón luchan estos dos lobos y ganará al que más alimentemos: El lobo malo representa el miedo, la ira, la envida, la pena, el arrepentimiento, la avaricia, la arrogancia, la culpa, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el falso orgullo, la superioridad y el ego; y el otro lobo bueno representa la alegría, la paz, el amor, la esperanza, el compartir, la serenidad, la amabilidad, la benevolencia, la amistad, la generosidad, la verdad y la fe.
Entonces, ¿qué determinará nuestro camino, después de llorar ante la realidad de nuestras limitaciones, de las limitaciones de nuestros esfuerzos?
Nos determinará todo lo que nos ha alimentado durante este proceso. Son aquellos amigos que hicimos en el camino, aquel profesor que nos inspiró respeto, a quien diferenciamos de otros, porque se sabía real su interés por sus alumnos; aquellos momentos donde vimos gestos genuinos de nuestra familia o de alguna persona de nuestro entorno; el recuerdo de estar ilusionados, de cómo nos podía emocionar la sonrisa de un amor platónico; aquella canción que nos hizo llorar, y toda pequeña cosa, incluso si fuese insignificante, pero, sobre todas las cosas, ese algo que nos hizo entender que la vida no se trata de quién sufre menos, sino de qué es lo que hacemos ante el sufrimiento.
Ese algo puede venir en forma de un libro, en forma de una película, puede venir a través de la voz de alguien a quien admiramos y respetamos, o a través de una experiencia donde logramos ser cruciales en la ayuda a un compañero o amigo, o a un pequeño ser vivo que logramos salvar, porque no podemos cambiar el mundo, pero podemos cambiar vidas, tenemos impacto sobre otros, y, en alguna medida, sobre la sociedad, porque es esta la suma de sus individuos.

La aceptación
Todos tenemos dos vidas, y la segunda inicia cuando te das cuenta de que solo tienes una.
Confucio
La aceptación no es solo saber y entender algo, es tener paz con lo que sabes, es hacer las paces con la realidad. ¿Recuerdan algún momento en su vida donde lloraron tanto que ya no habían más lagrimas?, ¿alguna vez donde se desahogaron de tal manera que, después, solo los inundó un profundo silencio? Esa es la calma después de la tormenta.
Si no has tenido el infortunio de que alguien te haya transmitido constantemente la idea de que la vida es para estar enfocándolo todo en lograr algo —podría ser el dinero, una carrera, éxito de algún tipo, alcanzar estándares sociales a nivel obsesivo— sin descanso alguno, podrás volver a encontrar aquello que creíste que habías perdido, pues al igual que cuando perdemos a un padre, a una madre o a alguien significativo, aunque esas personas no estén más en esta vida, viven en nosotros, cada recuerdo, cada abrazo y el amor que aún les tenemos están presentes, por ello, tratar de no pensar o de olvidar la muerte, es hacer mal el duelo. A todos los que nos importan y nos dieron felicidad, hay que darles un lugar siempre, y, cuando ya no podamos encontrarlos en carne y hueso, hay que encontrar un lugar donde podamos, simbólicamente, acercarnos para honrarlos y decirles que los amamos. Hay que darles un lugar en nuestras vidas, porque solo desaparecerán cuando nosotros ya no podamos recordarlos, cuando nosotros ya no podemos amarlos.
Aquello que perdiste al finalizar tu niñez, fue tu capacidad de enamorarte de estar vivo, de vivir cada cosa aparentemente insignificante, pero que detrás de ello, podías sentir pequeños y hermosos momentos por los cuales vale la pena vivir. Ajeno al miedo a no ser lo suficientemente bueno, puedes tener perspectiva para ver que ninguna meta es el propósito de la vida y, por tanto, que el fracaso no te condena a no vivir una vida feliz.
Por su puesto que las metas y objetivos son importantes, estas nos dan orden, y el orden dota de belleza a todo. Las metas nos encaminan a mejorar e incluso a ser mejores personas, pero no son el propósito de la vida en sí mismas.
Hay un viejo poema que ejemplifica el poder de las metas en cuanto a nuestro propósito, con el que me despido, no sin antes expresar la frase que inspiró todas estas palabras: “Recuerda que morirás y recuerda cada momento por el que vale la pena vivir”.
Ítaca
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues —¡con qué placer y alegría!—
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya, qué significan las Ítacas.
Poema de Konstantíno Kaváfis
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