Maria Alejandra Muñoz Muñoz

Directora Consultora Warayana Psicóloga Clínica

Las huellas del abuso sexual

Es necesario escribir sobre el abuso sexual infantil cuando más del 60% de mis pacientes manifiestan haberlo sufrido. La Organización Mundial de la salud (2005), identificó que en varios países latinoamericanos hasta un tercio de adolescentes fueron víctimas de este tipo de abuso. Siendo aún más específicos, evidenciaron que en Perú, las víctimas apuntaban al 40% de la población femenina. Por mi experiencia como Psicóloga, sé que el porcentaje es mucho mayor, y en el caso de los varones las cifras también nos escandalizarían, pero por ser aún el sexo un tema tabú, en varias de sus vertientes, las personas no lo suelen expresar.

La Organización Mundial de la Salud (2014), describe a la violencia sexual como cualquier forma de violencia (física, psicológica, verbal y/o emocional), o tentativa de consumación del acto sexual, que atente (daño real o potencial) contra la integridad y el bienestar de la persona, incluyendo comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de ésta con la víctima.

La experiencia de haber vivido un abuso en la niñez, tiene muchos puntos de quiebre en la vida de la persona, los cuales se pueden categorizar en una línea del tiempo, primero, en la niñez, mientras ocurre el evento o los eventos, ya que el abusador(a) tiende a ser una persona cercana al niño(a), y estos episodios no suelen ser únicos. En segundo lugar, en la adolescencia, cuando empiezan a conocer las sensaciones sexuales, pero en este caso a modo consciente y voluntario. Y en tercer lugar, en la adultez, cuando es probable que ocurran visiones más dolorosas, aunque verlas permita tener un pleno entendimiento de lo acontecido.

Asistir a terapia, en las tres fases de vida, de ser factible, será trascendental para asumir con una noción clara de lo ocurrido, lejos de actos y palabras manipuladoras, que en su momento hayan llegado a creerse como verdades, generando una de las secuelas más fuertes, la culpa irracional.

En la niñez, resulta muy complejo codificar y procesar el evento traumático. Por lo que, las impresiones del abuso invasivo se graban en el cuerpo, y permanece una sensación de pérdida de control sobre el mismo. Es importante mencionar que muchas veces en esta etapa se llegan a bloquear los recuerdos como una especie de mecanismo de supervivencia. Es más para algunas personas el bloqueo es tan grande que podrían olvidar prácticamente toda su infancia.

Así mismo, el agresor(a) suele ser una persona cercana a la víctima, con quien probablemente haya existido un vínculo de confianza previo, es donde el/la menor ingresa en un fuerte conflicto de «lealtad», por lo que el niño(a) generaría una negación ante el evento traumático: «Si no lo pienso, no se hace realidad».

Si se trata de una persona cercana, existe una profunda ambivalencia, porque el agresor podría aparentar en muchas otras situaciones ser una persona protectora con el/la menor.

En la adolescencia las sensaciones sexuales aparecen desde un lugar distinto, ya que la sensación y el afecto marcan una distancia del evento violento. En esta etapa de vida, resulta difícil para el adolescente que fue víctima del abuso, reconocer los límites del propio cuerpo en relación a los demás. Especialmente, si no se cursó un proceso psicoterapéutico en su momento, en la adolescencia empezará a resurgir el conflicto interno.

Muchos de los eventos traumáticos vividos en la infancia se encuentran bloqueados. Y es especialmente en la etapa de adultez, en donde parece surgir la recuperación de los recuerdos reprimidos, al detonarse algún estímulo relacionado con el abuso. Los recuerdos suelen activarse a modo de flash back cuando entran en contacto con disparadores específicos, como el ver una noticia o película con contenido de abuso, o al volver a estar en presencia del agresor(a), o hasta con algunos estímulos sensoriales (sensaciones táctiles, olfatorias, etc).

También es común que las víctimas de abusos suelan alcanzar un estado de Disociación (Esto significaría ingresar a un estado auto-hipnótico, mientras ocurría la agresión), esto podría verse reflejado más adelante en otras situaciones angustiantes. Si deseas saber más de este tema, hace un tiempo escribí respecto a ello:

La culpa es una fuerza autodestructiva que permanece dentro de la persona que no ha reconocido y confrontado lo sucedido aún. La culpa de no haber podido evitarlo, de no contarlo antes, de simplemente no darse cuenta. Esta culpa es generadora de miedo, tristeza y vergüenza. Una culpa totalmente irracional, porque ningún niño(a) merece ser lastimado. Y si hablamos de estos abusos, tendríamos que mencionar el perfil psicológico del agresor, o pederasta, de lo cual les escribiré más adelante, pero puedo adelantar que se trataría de personas con rasgos psicológicos de amplitud e inestabilidad comprobados, sumamente manipuladoras, egocéntricas, de escaza empatía, quienes agreden motivados(as) por su inmadurez y su anclaje en periodos de su propia niñez.

Uno de los pasos más grandes que la víctima de abuso sexual infantil puede alcanzar en terapia, en cualquier etapa evolutiva, es el reconocimiento del evento de abuso sexual, romper el contrato invisible que el agresor(a) le obligó a firmar para permanecer en la cárcel del silencio. Mirar a los ojos a la Psicóloga y que en medio de la mirada haya un te entiendo, un te abrazo. Escuchar un lo siento mucho, esto no debió haberte ocurrido. Y especialmente un «¡Te creo!».

Seguido de esto, empieza a dibujarse un nuevo camino para desarrollarlo en las siguientes sesiones. Siendo algunos de los principales objetivos:

-Indagar y documentar los sucesos que el paciente narre mediante una reconstrucción mental del evento traumático.

-Facilitar la interpretación de sus propias necesidades, deseos, discriminando asertivamente la realidad.

-Detectar y evidenciar ante el paciente las secuelas.

-Acercarnos a una respuesta sobre el posicionamiento psicológico del cuerpo en el abuso.

-Fortalecer la autoestima del paciente.

-Brindar educación sexual.

-Terapia familiar, para analizar las ideas y creencias familiares y sociales respecto al tema.

En general, se pueden emplear técnicas parte de la terapia cognitivo conductual, tales como la desensibilización sistemática, inundaciones, reestructuración cognitiva, entre muchas otras.

Definitivamente este es un tema complejo, pero con los conocimientos necesarios, aplicando un abordaje respetuoso basado en las emociones y el ritmo de cada paciente, podemos lograrlo. Créeme, sí podemos!

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