¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué motivo habitamos esta tierra? ¿Tendrán todas nuestras experiencias, tanto positivas como negativas, algún propósito? Son preguntas que todos nos hacemos en algún momento. La única certeza que tenemos es que en esta vida vamos a experimentar dolor, sufrimiento, y que eventualmente vamos a morir. Aunque muchas personas ven la muerte como lo antagónico de la vida, en realidad es una parte integral de ella.
Recientemente, comencé a leer el libro “El Hombre en Busca de Sentido” de Viktor Frankl, un psiquiatra de origen judío quien sobrevivió a los horrores de cuatro campos de concentración, entre ellos el de Dachau y Auschwitz entre los años de 1942 a 1945. Este libro había estado en mi lista de lecturas pendientes por mucho tiempo y cuando finalmente lo tuve en mis manos no pude dejar de leerlo. Es una obra realmente impresionante, y considero que quienes estén atravesando una crisis existencial deberían leerlo al menos una vez en la vida.
Una de las partes que más me impactó fue cuando Frankl describe cómo los prisioneros, después de un tiempo, desarrollan una apatía que les hace indiferentes al sufrimiento de sus compañeros. Esto era una respuesta a las condiciones inhumanas en las que vivían, y también al trato deshumanizante que recibían de los soldados, quienes los veían como algo menos que humanos, casi como animales; con referencia a esto Frankl sugiere que el dolor de ser tratados con indiferencia, de ser insultados y despojados de su humanidad, era a menudo más intenso que el dolor físico.
Una de las partes que más me impactó fue cuando Frankl describe cómo los prisioneros, después de un tiempo, desarrollan una apatía que les hace indiferentes al sufrimiento de sus compañeros. Esto era una respuesta a las condiciones inhumanas en las que vivían, y también al trato deshumanizante que recibían de los soldados, quienes los veían como algo menos que humanos, casi como animales. Frankl sugiere que el dolor de ser tratados con indiferencia, de ser insultados y despojados de su humanidad, era a menudo más intenso que el dolor físico.
En los campos de concentración, aunque los prisioneros podían perder la vida cuando eran enviados a las cámaras de gas, Viktor Frankl observó que lo único que realmente poseían era su vida desnuda. Al ingresar a los campos, les quitaban todas sus pertenencias; por ejemplo, Frankl perdió un manuscrito en el que había trabajado durante mucho tiempo. Sin embargo, había algo que no les podían arrebatar: su vida interior y su capacidad de encontrar un sentido en medio del sufrimiento. Como señala Frankl, «La salvación del hombre está en el amor y a través del amor» (p. 43).
Muchos prisioneros lograron sobrevivir aferrándose al pensamiento de sus seres queridos o a algo que les daba esperanza. Incluso aquellos que enfrentaban la muerte inminente se apoyaban en su fe, sus creencias, o aquello que más amaban, anhelaban y apreciaban. Frankl también destaca que «la conciencia del amor propio está tan profundamente arraigada en las cosas más elevadas y más espirituales que no puede arrancarse ni viviendo en un campo de concentración» (p. 67). Esta idea refuerza la noción de que, aunque las circunstancias externas pueden ser terribles, siempre tenemos la capacidad de elegir la actitud con la que enfrentamos la vida. No son las condiciones de vida las que determinan nuestra existencia, sino la forma en que decidimos afrontarlas.
Esta perspectiva se alinea con la filosofía estoica, como lo expresó Epicteto: «No es lo que te sucede, sino cómo reaccionas ante ello lo que importa». Así, entendemos que el poder más grande que poseemos es la actitud con la que nos enfrentamos a los diferentes retos de la vida.
El sufrimiento, según Frankl, es una parte inevitable de la vida. Pero no es algo intrínsecamente malo; es una oportunidad para crecer, tanto espiritualmente como más allá de nuestros propios límites. Las situaciones difíciles nos permiten encontrar un sentido más profundo en la vida. En este contexto, la frase de Dostoyevski «Espero ser merecedor de mi sufrimiento» (citado por Frankl) cobra un significado profundo, ya que resalta la idea de que el sufrimiento, si lo enfrentamos con dignidad y propósito, puede convertirse en una fuente de crecimiento y redención.
Frankl menciona: «Solo muy lentamente se podía devolver a aquellos hombres a la verdad lisa y llana de que nadie tenía derecho a obrar mal ni aun cuando a él le hubieran hecho daño» (p. 95). Esto lo dice en referencia a los llamados “capos,” prisioneros que, al tener una especie de jerarquía sobre otros, se caracterizaban por su crueldad al sentirse superiores a sus compañeros recluidos. Frankl subraya que, aunque uno haya atravesado horrores, eso nunca justifica el obrar mal hacia otras personas. Esta reflexión refuerza nuevamente la idea de que, independientemente de las circunstancias que enfrentemos en la vida, siempre depende de nosotros cómo actuamos ante ellas.
Señala al mismo tiempo, que hay tres formas de vivir la vida: una vida activa, en la que creamos algo; una vida pasiva, en la que disfrutamos de los placeres de la vida; y una vida de sufrimiento. Las tres son vidas que merecen ser vividas. No importa si en un momento nos encontramos en una etapa activa, pasiva o de sufrimiento, todas tienen su valor y sentido.
También destaca que «la conciencia del amor propio está tan profundamente arraigada en las cosas más elevadas y más espirituales que no puede arrancarse ni viviendo en un campo de concentración» (p. 67). Esta idea refuerza que, aunque las circunstancias externas pueden ser terribles, siempre podemos elegir la actitud con la que enfrentamos la vida. No son las condiciones de vida las que determinan nuestra existencia, sino la forma en que decidimos afrontarlas.
Como escribe Frankl: «Solo muy lentamente se podía devolver a aquellos hombres a la verdad lisa y llana de que nadie tenía derecho a obrar mal ni aun cuando a él le hubieran hecho daño» (p. 95).
Mientras reflexionaba sobre estas ideas, me encontré viendo la película Titanic, y hubo una escena que me impactó profundamente en relación con lo que había leído en el libro. Cuando el barco comienza a naufragar, los músicos siguen tocando. A medida que la situación se vuelve más desesperada, uno de ellos se despide diciendo: «Caballeros, ha sido un honor tocar con ustedes esta noche», y todos se desean buena suerte. Sin embargo, el mismo músico que pronunció la frase decide seguir tocando, y los demás regresan para acompañarlo. En ese momento, para ellos, el sentido de la vida, incluso ante la inminencia de la muerte, era la música. Esta escena muestra que cada persona puede encontrar su propio sentido, y que ningún sentido es más o menos valioso; todas las vidas son igualmente valiosas.
Como dijo Nietzsche, «Quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier cómo». Cada persona tiene su propio sentido de vida; no puede haber un sentido único, porque cada uno de nosotros es un universo diferente.
Y cierro esta entrada de blog, con la frase que más me impresiono de la increíble obra de Frankl: “Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padre nuestro o el Shema Yisrael en sus labios”
Referencias:
Frankl, V. (1946). El hombre en busca del sentido. Editorial Herder