TLP y Sufrimiento: ¿El dolor es el hogar de mi TLP?

Alguna vez te has preguntado por qué, al tener TLP, piensas cosas como: ¿Por qué necesito reemplazar el dolor emocional con dolor físico? ¿Por qué siento que cada vez que ocurre un problema es mi culpa y debo pagar por eso? ¿Por qué siento al dolor como algo tan familiar, como si fuera mi hogar? ¿Realmente me gusta sufrir? ¿Lo merezco?

Bueno, en este artículo intentaremos responder a esas preguntas, desde una perspectiva profesional y personal, para entender por qué se siente tan cómoda la idea del dolor.

Para comenzar, debemos tener una concepción sobre lo que es el trastorno límite de la personalidad (TLP). Según el Manual de diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM-V, 2014), este trastorno de personalidad es caracterizado por un “patrón general de inestabilidad de las relaciones interpersonales, la autoimagen, y los afectos. Además muestra una notable impulsividad que comienza antes de la edad adulta y está presente en una variedad de contextos”. 

Es decir, que se trata de un trastorno complejo, el cual afecta todas las áreas de la vida tanto de manera interpersonal como intrapersonal. En esta se acentúa la inestabilidad afectiva, debido a un profundo miedo al abandono que produce un vacío crónico en quien lo padece, lo que hace que el “humor” cambie repentinamente por estímulos pequeños que puedan estar prediciendo el abandono de alguien cercano, lo que hace que uno sienta un dolor indescriptible. Este dolor es tan grande que se ha llegado a comparar por especialistas como una “quemadura de tercer grado”, asimismo, se encuentra un enojo y control de ira inapropiado, el mismo que provoca disputas que llegan a alejar a personas cercanas, las cuales desencadenan un sentimiento enorme de culpa, y esto nos regresa al primer punto, el miedo al abandono.

Entonces se genera la interrogante: ¿Una persona con TLP vive en un ciclo constante donde el dolor es su único acompañante? 

¿De dónde viene el TLP?

Este tiene su base en un factor genético y un factor ambiental. Cuando hablamos de un factor genético, nos referimos a lo que nos pudieron transmitir nuestros progenitores o familiares cercanos, al tener ciertas condiciones de salud mental a través de los genes, mientras que al hablar del factor ambiental, tenemos que tocar temas como los estilos de crianza, el apego y el ambiente invalidante. 

En cuanto al apego, nos remontamos a los primeros momentos de vida, cuando aprendemos a distinguir lo bueno y lo malo, al hacer comparaciones radicales sobre lo placentero y displacentero, este proceso es llamado escisión y fue un término brindado por la corriente psicoanalítica. 

Este proceso intenta explicar que todo inicia desde la infancia, pues, el recién nacido crea dos versiones de una misma persona. Por ejemplo, un bebé, al distinguir a su mamá, crea dos versiones de ella: a la “madre buena”, la cual cumple con sus necesidades fisiológicas y a la “madre mala”, que no lo atiende e ignora sus necesidades, dividendo a una misma persona en dos para poder entender algunas complicaciones de la vida. No obstante, en el futuro, el menor  logrará unir a estas dos personas en un mismo ser. Pero si la madre siguiera con un patrón de invalidación o negligencia, el cerebro del hijo seguirá usando el mismo pensamiento dicotómico para entender la realidad y así, se convertirá en un mecanismo de defensa para el TLP.  (Arango, 2018). A partir de la escisión surgen cuestiones como:   ¿Todo o nada? o, ¿blanco o negro?  

Durante la niñez, se tiene un sentido innato de buscar protección en nuestros cuidadores principales, lo cual no se cumpliría si es que se crece en un ambiente “invalidante”, mismo término que Linehan (1993) define como: “Las características  del  entorno  que  niega  o  responde  de  modo  no  adecuado  a  las  experiencias  privadas  de  los  sujetos”.  En ese contexto,  no se podría cumplir con esta necesidad básica y el niño se encontraría  en un “miedo irresoluble”; esto ya que muchas personas con TLP viven situaciones traumáticas de mayor o menor grado, he incluso les impide pedir ayuda, ya sea porque las personas que ocasionan el trauma son parte de quienes este  consideraría como “seres  queridos”, o que estos minimicen el hecho traumático e incluso lo culpen por la producción del trauma; esto hará que la persona se sienta en un dolor constante, del cual no ve salida. Según Causera y Peris (2015), “todos podemos funcionar a nivel borderline, pero la duración e intensidad de experiencias que impiden al niño establecer una relación segura con el objeto amado, hacen que éste actúe de forma crítica en un nivel borderline”.

Entonces, el ser criado en un entorno de negligencia o abuso puede provocar que, posteriormente, se cree un apego inseguro o desorganizado, siendo este último el de mayor gravedad y que dará mayor predictibilidad a vivenciar episodios disociativos. Por lo que, al vivir en un entorno sin la protección necesaria, es que se desarrollará un apego basado en el miedo.

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Apegos en el Trastorno Límite de la Personalidad

Apego Inseguro:

Para desarrollar el apego inseguro, el padre, la madre o ambos actuarán de forma inestable al ejercer su paternidad, e incluso mostraran cierto rechazo, lo que ocasionará que, muchas veces, el menor no pueda contar con ellos; una consecuencia de esto, será que cuando este crezca, mantendrá cierto rechazo a sus cuidadores. Asimismo, al tener este tipo de apego se requerirá constante validación del amor, ya que no lo percibirá como un sentimiento real y genuino; por lo que, ante cualquier mínima señal de abandono, el cerebro mandará una alerta roja que ocasionará un estado de crisis y ansiedad en la persona que vive con este apego, todo ello debido a su constante miedo al abandono, que le lleva a tomar acciones impulsivas que muchas veces podrían atemorizar a sus seres queridos y provocar que se vayan.

Apego desorganizado:

Al hablar del apego desorganizado, nos encontramos con una niñez donde la incoherencia de los estados afectivos de los padres prima por sobre todo, es decir, que estos provocan un estado de amenaza por el abuso y protección excesiva al mismo tiempo. Lo que generará que estas personas tengan una estrategia de apego incoherente, donde si bien se mantendrá el mismo sentimiento de miedo al abandono, también provocarán una evitación hacia las personas que sean importantes para ellos, ya que su subconsciente pensará en: “Si no me relaciono de forma cercana a alguien, no podrá abandonarme”. Y el vivir dentro de un constante círculo de amor-evitación, será desgastante y doloroso para quien lo padezca, lo que hará que reviva constantemente su miedo al abandono, que muchas veces será provocado por él mismo (Causera & Peris, 2015). 

En conclusión, el ambiente en el que nos criamos desde el nacimiento será precursor del posible desarrollo de un trastorno mental. Ya que cuando la “invalidación” por parte de nuestros cuidadores prime durante el desarrollo, aumentará la posibilidad de generar un posible TLP, y ya desde entonces, empezará a crearse la idea del “dolor” como parte de nuestra vida, el mismo que seguirá repitiéndose indefinidas veces por ser parte de nuestro apego. Sin embargo, a esto también se le suma los estilos de crianza, caracterizados por un excesivo control y poca protección, lo cual se denota en la falta de reconocimiento e invalidación, junto a un alto nivel de exigencia con castigos de bastante dureza, que pueden ser físicos o psicológicos.

Aquí es donde se resalta la teoría del doble vínculo de Gregory Bateson, la cual habla de un dilema de comunicación donde hay una confusión en el mensaje, con una notoriedad especial en el empleo de castigos. 

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Un ejemplo de este, sería en los castigos psicológicos: cuando se le quita toda atención al niño y sus necesidades por un periodo de tiempo, en el cual el dolor por el miedo al abandono será de gran intensidad. Aunque después de unas horas, regresé la madre y reafirme el amor con palabras corteses y preste atención a sus necesidades, ella incluso podría llegar a culpar a su hijo por hacer que tenga que castigarle. En este ejemplo se dio una primera comunicación no verbal amenazadora a la vida del menor, donde se le mostraba que no se le quería y se le quitaba la protección, mientras que, en la posterior comunicación verbal, se le muestra que sí le quiere y que la culpa de perder el amor es del propio niño. Entonces, su cerebro entiende que merece sufrir, ya que es su culpa, y la única forma de conseguir amor es sufriendo antes, aquí empezamos a relacionar un pensamiento dicotómico: Placer – Dolor. 

A continuación, se procederá a responder aquellas preguntas por las que este artículo te interesó, pero, a diferencia de lo explicado anteriormente, se hará en primera persona, pues quien les habla, vive con este trastorno desde hace muchos años, y lo que busca, es ayudar a comprender ciertas cuestiones que nos planteamos sobre nosotros mismos. Entonces, desarrollemos las siguientes preguntas. 

¿Necesito sentir dolor para sentir placer? 

Cuando hablamos de “intercambiar dolor psicológico interno y vago por un dolor físico claro pero controlado puede ser una explicación para la paradoja que une placer y dolor” (Puértolas Argüelles, 2018). Es por ello que debemos tener en cuenta que muchas de las personas con TLP tienen alteraciones estructurales y funcionales en la red frontolímbica la cual incluye a la corteza cingulada, la ínsula y la amígdala con sus respectivas conexiones, lo que reduce la sensibilidad ante estímulos nociceptivos fásicos o la percepción del dolor, así se da una relación entre la experiencia de este con la liberación de endorfinas, las cuales son neurotransmisores que modulan la experiencia del dolor e incrementan la sensación de placer. A causa de ello, generan un estado de ánimo alterado en base a los estímulos provocados por una persona, que le permiten tener una percepción de control sobre el dolor, produciendo sentimientos de orgullo, logro, catarsis e identidad positiva. 

Aunque también se ha podido ver por otros investigadores que, al generar un dolor físico, se puede escapar del “yo”, y aliviar la autoconciencia durante un corto periodo de tiempo. Esta forma de manipular el concepto de “dolor” por nuestro cerebro, hace que veamos a estímulos aversivos como más agradables si alivian un dolor mayor como lo es el emocional (Puértolas Argüelles, 2018).

¿Me gusta sufrir?

La respuesta es que a veces sufrimos tanto que ya no encontramos más salida que las conductas impulsivas que liberen las endorfinas que nos hagan sentir “vivos”. En muchas ocasiones, al tener mucho dolor cargado, empezamos a disociar el dolor, y nos quedamos con un estado de ánimo aplanado, que nos hace sentir completamente solos, y es en ese momento cuando solo buscamos sentir algo que nos libere de ese vacío, aunque se comience con un acto mínimo, si funciona, buscaremos repetirlo para seguir sintiendo lo mismo, aunque las exigencias vayan en incremento. 

No quiero llamar la atención: tengo TLP - Salud con lupa

El sentimiento de placer que buscamos para desahogar el dolor es mucho más grande al que sentiría una persona sin este tipo de trastorno, ya que, no solo se disminuye el dolor, sino que se siente una salvación de cualquier estímulo negativo que podría haber pasado hasta el momento. 

Para desarrollar esta idea, podemos imaginar el siguiente escenario: “Haberse perdido hace años, y que alguien te regrese a la realidad, sanando cada herida que pudiste tener, por más que sea superficial, y, a pesar de que al final te vuelvas a perder, tener esa sensación, aunque sea durante un corto periodo de tiempo, resulta en algo glorioso”. 

Como dice en la canción “Pain” de Three Days Grace: Prefiero sentir dolor a no sentir nada en absoluto.

Mi bestie el TLP

Es por todo lo que hemos revisado que podemos decir que, desde la infancia, el dolor ha sido algo que se crio con nosotros, es parte de nuestro día a día, y por eso, ahora se siente como “nuestro hogar”, el lugar seguro en el que siempre estuvimos, por eso es que se siente tan familiar y cómodo el sentirlo cuando lo provocamos nosotros mismos, ya que nos da la sensación de poder controlar algo de nuestra vida, algo muy fuerte que vive con nosotros, y que produce calma, al darnos la falsa sensación de controlar nuestras emociones. 

Pero, en realidad, este dolor no es exactamente nuestro hogar, nosotros hemos vivenciado muchas más cosas que nos llevan a ser quienes somos hoy en día, vivimos experiencias nuevas y gratificantes en cada momento, y así como podemos sentir un dolor crónico, en otras ocasiones nos podemos sentir con muchos ánimos que nos llevan a cumplir muchos objetivos propios. El dolor es parte de nosotros, pero no es toda nuestra vida, no es nuestra casa, pero sí podemos decir que es el hogar donde se crio nuestro TLP.

¿Merezco sufrir?

No, no merecemos sufrir, aunque nuestro cuerpo esté acostumbrado a la sensación de dolor y nuestra mente parezca necesitarlo para “funcionar” adecuadamente, la realidad es que esta necesidad de dolor es la que nos coloca en diversas situaciones de riesgo como las conductas suicidas y autolesivas, que incluso dificultan llevar un tratamiento psicoterapéutico, e interfieren con nuestra calidad de vida, al impedir que nos desarrollemos adecuadamente con nosotros mismos, así como con los demás. 

Marsha M. Linehan

¿Qué hago con mi dolor?

El tratamiento psiquiátrico y psicoterapéutico es esencial para el tratamiento del trastorno límite de la personalidad, y ambas son completamente necesarias para trabajar en nuestro estado, pero quisiera resaltar la importancia de la psicoterapia con el Modelo Dialéctico Conductual, la cual fue creada y desarrollada por Marsha Linehan, quien creó su modelo teórico en base a su propia experiencia con el TLP, donde pudo identificar todos estos factores que interfieren en nuestra vida afectada por este trastorno.

En su modelo terapéutico se trabaja desde una visión de aceptación y cambio, ya que, como hemos podido revisar, pasamos por cosas muy difíciles durante toda nuestra vida, que provocan que ahora busquemos solucionar ciertos problemas de formas desadaptativas. Por ejemplo, pensar que, por haber discutido con nuestra pareja, todo es nuestra culpa, y por lo tanto, merecemos castigarnos con algo físico, como el acto de cortarse para dejar de sentir el dolor emocional. Esto es una acción que podemos aceptar, porque aprendimos a solucionar las cosas de esta forma, sin embargo, no significa que esté bien y es aquí donde comienza el cambio, así como el reeducar a nuestro cerebro para aprender a enfrentar la vida de forma adaptativa.

En este modelo se trabaja con diversos formatos como las terapias individuales, grupales (para desarrollar habilidades y estrategias de afrontamiento), el coaching telefónico (para mantener estas habilidades en un contexto de vida normal), así como el manejo de un equipo de consulta para el cuidado de los terapeutas.

Trastorno Límite de la Personalidad - Osasun Eskola

Una vez que se consignan todos los formatos de intervención, podemos trabajar diversos objetivos. Se iniciará principalmente con la terapia individual, desarrollando la reducción de conductas suicidas y autolesivas en una primera instancia, junto a la reducción de las conductas que interfieran en la terapia, como puede ser el tratar con una dependencia al alcohol que podría interferir en la realización de las sesiones, para, después de un tiempo, comenzar a trabajar la reducción de las conductas que interfieran en la calidad de vida y tratar más a fondo con el paciente, otros padecimientos como del estado de ánimo o el trauma que, como pudimos revisar, es bastante común en el desarrollo; mientras que al mismo tiempo, se busca incrementar y generalizar la puesta en práctica de las habilidades sociales y estrategias impartidas en el formato grupal como: La atención plena, la regulación emocional, la tolerancia al malestar y la eficacia interpersonal. Por último, en esta terapia también se trabaja con la espiritualidad, para lo que se maneja mucho el mindfulness como técnica terapéutica para mantener un estado de vida más equilibrado y funcional (Laffite Cabrera et al., 2022).

Entonces, podemos ver que las personas con TLP tenemos muchas heridas por sanar, que incluso nos dificulta saber si nos permitirán vivir en algún momento sin dolor, pero el primer paso es reconocer que necesitamos ayuda, que merecemos una buena vida, tal y como lo deseamos muchas veces de pequeños, y cumplir con todos esos objetivos propios que, a veces, creemos inalcanzables por el diagnostico. La terapia dialéctico conductual es la más recomendada para el TLP, pero no es la única, mucho dependerá de nuestra personalidad propia el decidir a qué rama acercarnos más, pero si no sabes por dónde comenzar, este podría ser un buen lugar.

En conclusión, el dolor es algo tan familiar que duele pensar que eso sea cierto, y duele aún más cuando lo confirmas, a veces, parece que no hay salida para lo que sientes, aunque siempre procuramos buscarlo, ya sea a través de situaciones de riesgo que nos ponen en peligro, al intentar desfogar un poco nuestros sentimientos, pero que al final, nos dejan con el mismo sentimiento de culpa, desesperación y tristeza que tuvimos al inicio.

Recordando una parte de una canción que me identifica mucho, pienso que cuando describo el dolor se puede sentir algo así:

Hoy mis lágrimas se quieren suicidar, acurrucadas morir en tu piel, han nacido secas tienen sed, mi llanto hoy se quiere morir.
Mago de Oz – La cantata del diablo

Cuando entendemos que el dolor propio no solo nos hace daño a nosotros, sino que también al resto, intentamos reprimir nuestras emociones hasta quedarnos solos, patinando en un lago de hielo que se está resquebrajando poco a poco, y nos terminará por hundir en un mar de sufrimiento donde ya no hay nadie para salvarnos, entonces son reales las preguntas: ¿En verdad merezco esto?, ¿debo estar sola? Y la respuesta es: no, no merecemos esto, y las decisiones que tomamos para deshacernos del dolor son en base a las herramientas que cada uno aprendió para protegerse. Debido al tipo de apego que se pueda tener, es que muchas veces alejamos al resto, y nos terminamos aislando a nosotros mismos, sin embargo, debemos resaltar que, muchas veces, estas herramientas no serán las adecuadas y necesitaremos cambiarlas. 

Al final, la verdad es que las personas con TLP hemos vivido situaciones deshumanizantes desde que nacimos, ya sea por factores hereditarios o ambientales, pero nadie nos enseñó a vivir una vida “sana”, con herramientas adecuadas para enfrentar al dolor. Muchas veces, esperamos que alguien nos “salve”, pero al final terminamos alejando al resto para que no caigan en el mismo abismo que nosotras. ¿Eso nos vuelve malas personas? Bueno, de hecho, es lo contrario, sentimos gran amor por las personas que nos han ayudado, tanto que a veces es «intoxicante», o algo exagerado y muchas veces, vamos a decidir cuidar al resto en vez de cuidarnos a nosotras mismas. Y eso ocurre porque no sabemos manifestar el amor de forma sana, nuestros cuidadores tampoco supieron enseñarnos esta forma de amor, muy probablemente porque tampoco lo aprendieron. Aquí llega lo difícil, romper con este patrón de dolor que viene cargado incluso generaciones atrás. 

Aprender a amar es difícil, especialmente cuando no sabes cómo te sentirás en unas horas, parece no ser primordial, ya que muchas veces, lo más importante es pasar el día sin hacer alguna conducta de riesgo. No obstante, no es algo justo para uno mismo, es por ello que me gustaría compartir con ustedes, el título del libro de Marsha Linehan, Construyendo una vida digna de ser vivida, la cual me hizo reflexionar sobre cómo se estaba desarrollando mi vida, y es que hemos vivido tanto tiempo “sobreviviendo” que nos hemos olvidado de “vivir”, y la verdad, es que nunca aprendimos este concepto, por eso, debemos hacer un trabajo extra al de otras personas, el cual es crear un ambiente en el que nos sintamos seguros y cómodos, donde podamos vivir la vida que deseamos de la forma más sana posible, y esto se desarrollará en gran parte durante terapia. Pero comencemos por aceptar que merecemos algo bueno, que somos humanos y que nos vamos a equivocar muchas veces, pero eso no quita que merecemos vivir mejor. 

The Secret Dr. Marsha Linehan Kept for Five Decades | Parvati Magazine

Por otra parte, sabemos que podemos vivenciar el dolor de varias formas, pero, en lo personal, la más peligrosa se puede dar cuando nos encontramos ante un episodio largo del dolor: empezamos a disociar las emociones y entrar en contacto directo con el vacío, es aquí cuando nos encontramos más propensos a mostrar conductas de riesgo, ya que intentamos bajar hasta lo más profundo del dolor para sentir algo, para que luego, cuando sintamos algo placentero en contraste, todo nuestro cuerpo sienta un estado eufórico que mejore el ánimo, aunque sea aparente y nos permita regresar a un estado más “funcional”.

No siempre sufrimos porque nos guste, pero es lo único que conocemos para lograr que las cosas funcionen y conseguir algo bueno, aunque sea solo durante unos segundos. Escapar de una realidad tan complicada y desgastante como es la de un TLP no es tan raro, si lo piensas bien, de hecho, es una función básica de cualquier humano cuando se encuentra ante el peligro, cosas que te podrían parecer tan descabelladas como el uso de sustancias, las conductas sexuales de riesgo e incluso los intentos de suicidio, son solo algunas formas que encontramos para huir del sufrimiento. Pero que, sin embargo, no le quitan lo desadaptativo y, aunque son válidas, no significa que sean correctas. 

Recuerda que el tener un trastorno no es sinónimo de merecer una vida dolorosa y caótica, todos merecemos vivir de forma adecuada, en ambientes sanos y amorosos, así que permítete gozar de esta calma que tanto necesitas, y acude a terapia. Mi mayor recomendación es que no dejes tu tratamiento y si lo has hecho puedes retomarlo, es un proceso que toma tiempo, pero que resulta gratificante cuando ves los resultados, yo llevo varios años en terapia con distintos especialistas de diferentes ramas, pero gracias a eso, ahora me considero una persona mucho más funcional, que sigue generando logros y alcanzando metas, y que puede escribir este artículo que reúne muchos conocimientos y reflexiones obtenidos con el paso de los años. 

No obstante, si te identificaste y aun no tienes un diagnóstico, acude con un especialista para que pueda evaluar tu situación personal. En Warayana podemos ayudarte con ello, tú también mereces una vida digna de ser vivida. 

Referencias

American Psychological Association. (2014). Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5).

Arango, J. D. (2018). LA ESCISIÓN. PSICOLOGÍA DINÁMICA. https://psicologiadinamicahoy.blogspot.com/2015/04/32-la-escision.html#:~:text=La%20escisi%C3%B3n%20es%20la%20separaci%C3%B3n,como%20lo%20desea%20el%20infante

Linehan, M. M. (1993). Skills Training Manual for Treating Borderline Personality Disorder. New York: Guilford

Prades, I., Romero, M. (2015). Tras las Huellas Borderline: Rastreando el Apego de Personas con Trastorno Límite de Personalidad. Revista REDES, (32), 59–70. https://redesdigital.com/index.php/redes/article/view/179

Puértolas Argüelles, M. (s. f.). La búsqueda de placer a través del dolor: revisión acerca de la relación entre TLP y BDSM [Trabajo Final de Máster, Universitat ramon llull]. https://dau.url.edu/bitstream/handle/20.500.14342/242/MERITXELL%20PU%C3%89RTOLAS%20ARG%C3%9CELLES.pdf?sequence=5&isAllowed=y

Laffite, H., Rodríguez, F., Alonso, R., Medina, T., & Díaz, J. A. (2022). TERAPIA DIALÉCTICO-CONDUCTUAL. UNA BREVE REFERENCIA A SU ESTRUCTURA Y AL ABORDAJE INDIVIDUAL. Interpsiquis, 23. https://psiquiatria.com/congresos/pdf/1-10-2022-20-tem1.pdf

¿La soltería es un castigo? Parte II

Hoy desaprenderemos las experiencias pasadas y descubriremos cómo es el «ejercicio de la soltería», ese que no se juzga por la sociedad, ni por uno mismo, y que además, no se encadena a la memoria de una realidad ya lejana que no existe.

Hagamos un repaso leve, en la primera parte, encontramos las diferentes relaciones y formas de pensar de una serie de individuos, los cuales, gracias a sus trampas vitales buscaban en el otro un cobijo idóneo, un bunker anti-sentimientos para escapar de sensaciones nuevas. Al mismo tiempo, había otros atrincherados en la poderosa fantasía de que preferían la soledad porque así se evitaban inconvenientes; nada más lejos de la realidad, pues, la soledad y la fachada de mentiras que esta yergue ya los había embebido.

¿Por qué duele tanto separarnos?

Juguemos un poco con la imaginación. Identifica ese supermercado que tiene todo, carnes de primera, verduras frescas, frutas de temporada en excelente estado, electrodomésticos de última generación y con fascinantes cuotas de pago, al mismo tiempo, la atención es genuinamente agradable, pero, sin llegar a la servidumbre. Con semejantes instalaciones, ¿buscarías otro establecimiento comercial? Raras veces podemos decir que sí. Esto es lo que precisamente sucede con el amor borracho, donde se desborda la satisfacción por un solo elemento, porque ya la persona no existe, nuestra mente lo ha transformado en ese satisfactorio centro de placer, al que ya conocemos en días malos, el que podemos encontrar como refugio de lava en momentos cálidos y, por sobre todo, como ese techo que tras la tormenta de la cotidianidad nos da refugio. ¿A qué duele despegarse de esa idea?

Cuando distorsionamos el amor y lo volvemos un mecanismo de satisfacción plena, nos desdibujamos, nuestra existencia gira en torno a un eje que no es estable ni perennemente fiel, porque ningún ser humano está dispuesto a eso, a menos que así lo decida, y esa elección es diaria y a cada instante. ¨Pero, el humano necio y enjuto se empeña en creer que si será así y se intoxica con el «para toda la vida», borrando del horizonte el futuro cambiante.

Por estas razones, separarse es una quimera. Despegar al debilucho de la botella de agua por la que da su vida por un sorbo más, así sea de poca calidad es una cuestión que le rompe y destruye.

Entendiendo el cataclismo

Si enlistamos todos los apelativos o frases con los que se describe la soltería, de seguro acabaríamos mas tarde que temprano, sin embargo, vamos a mencionar algunos de la mano de Cañedo (2022):

  • «Dulce tesoro que esconde tranquilidad».
  • «Al fin tiempo para mí».
  • «Ya no dependo del amor de otro».
  • «Puedo seguir mis sueños».
  • «Ahora soy rica, soy soltera».
  • «En relación, pero con la libertad».
  • «Vivir bajo mis términos».

Detente. ¿No te parece curioso que estas ideas maravillosas no estén unidas a las de una pareja? ¿Qué clase de relaciones has tenido que crees que amar a otro implica adherencia y un falso sometimiento?

El sentimiento de declive es normal, en tanto podamos apreciarlo como una tristeza que envuelve el duelo de haber perdido una relación. Inclusive, te invito a hacer inventario sobre aquello que posiblemente sientes que ya no está:

  • Pérdida del sentimiento de cercanía.
  • Pérdida de un compañero a quién preguntarle cómo está.
  • Pérdida de una realidad en conjunto con alguien más.
  • Pérdida de identidad, no se quién soy.
  • Pérdida del amor, creer que ya no hay para nadie más.
  • Pérdida de la noción del sentido de vida: ¿Qué haré de mi vida ahora?
  • Pérdida de gusto sexual. Si no es con esa persona ya no tiene caso.
  • Pérdida del gusto por vivir.

Como vemos, el sentimiento de declive es total, arrasa con todo lo que la persona concibe como propio, resultando en una amarga realidad cuyas paredes estaban construidas en torno a otro. Por esto y más ideas distorsionadas, la soltería resulta un precio demasiado alto que muchas personas deciden no pagar, concibiendo este estado como un castigo.

Revisa las trampas de conejo, cuidado con caer en ellas

¿Qué hice de más? ¿Qué tanto diste que te desdibujaste y perdiste la esencia de quién eras?

¿Qué hice de menos? Hazte responsable de las actividades que dejaste de lado en pareja o en soledad y que pudieron significar un paso más hacia la insatisfacción.

¿Alguna vez culpé al otro sobre lo que sentía? Lo que surge de ti es cosa tuya. ¿Cómo pudiera algún otro repararlo, si es algo que es de tu entera responsabilidad?

Yo aguanto, yo me desdibujo, yo me sacrifico. Si consideras que amar es sufrir en cada paso de la construcción de la relación, el no tener por quién sufrir implica un dolor de cabeza más que un alivio, te adaptaste a la tristeza como forma de amar, y resulta que esto, no es amor.

Preguntas importantes: ¿Qué hago para reconstruir después del cataclismo?

Nilda Chiaraviglio en una de sus conferencias mencionaba, a grandes rasgos, lo siguiente: Cuando me separo y sufro, el dolor del rompimiento es natural, es una manifestación profunda de incomodidad, tristeza, muchas veces inclusive de frustración, pero, si esto se profundiza y estos embates perduran; entonces, ya no hablamos de dolor por la separación en sí, aquí, hablamos de nosotros mismos, profundizando en el dolor y regodeándonos en él sin querer (queriendo).

Partiendo de este punto, cabe preguntarse: ¿Sí yo amé así y este es el resultado cómo elijo amar ahora? Aquí, cabe acotar, que amar es un verbo que involucra acciones. Entonces, reflexiona: ¿Cuáles serán tus nuevas medidas para activar un amor sano y que provea bienestar en lugar de remover carencias?

Además, ¿cuál es el concepto de amor que voy a elegir para mi vida? Es decir, ¿cómo decidiré cuáles serán las pautas de amor que el otro establecerá conmigo?

¿Cómo amo? ¿Qué me gusta hacer? ¿Qué hago cuando digo que voy a amarte? ¿Qué cosas me harán reforzar la idea diaria de que el siguiente día lo quiero pasar contigo? Y, muy importante, ¿cómo me gustaría que me quieras?

Las relaciones se construyen, pero, antes de colocar los primeros cimientos con otros, construye en ti mismo la base que soportará los obstáculos que puedan presentarse, instruye en ti mismo el marco para navegar a puerto seguro cuando creas que el clima afuera es desfavorable. La tristeza, aunque ahora no lo veas, trae este regocijo que parece mínimo al inicio, y es el de tener un espacio reflexivo, un comodín antes del exterminio de toda esperanza, alzar la vista y querer vivir sabiendo que el dolor se disipará porque se están tomando acciones para ello.

¿Para qué sirve el dolor de no estar en una relación? Para enterarme que necesito reencontrarme y reaprender a sentir lo que significa tenerme para mi, de forma genuina y no por partes. Redescubrirme.

Carta a la soltería, lo que quiero escuchar y quiero saber y no me animo a preguntar

Referencias

Cañedo, C. (2022, 24 junio). 30 frases sobre la soltería que te inspirarán. Cosmopolitan. https://www.cosmopolitan.com/es/sexo-amor/amor-pareja/g38854642/mejores-frases-solteras/

Chiaraviglio, N. (2022). Link de video no disponible [Vídeo]. Conferencia privada derivada de la página web: https://www.nilda.com.mx/

¿Y si hablamos de la muerte? Continuación…

“Doctora, últimamente me siento triste, sin ganas de nada, no tengo apetito y tengo muchas ideas en mi mente a veces no quisiera despertar… Hace 6 meses falleció mi hermano, me dicen que debo estar bien, que ya pasó mucho tiempo, que a mi hermano no le gustaría que yo esté triste… Pero yo sólo quiero llorar  y pensar que esto no es real,  ¿usted cree que estoy mal?

Confesiones cómo ésta escucho a menudo en consulta, muchos piensan que sólo se debe hablar de la vida y cómo vivirla o que hay emociones buenas y malas;  que no hay que llorar a los  muertos porque se ponen tristes o “no los dejamos descansar en paz”, y que todos viven el duelo de manera similar.  La única vez que nos permiten llorar y se alegran es cuando nacemos, luego se nos lo prohíben… Somos analfabetos emocionales. Cuando llegan a la primera sesión no son conscientes ni de sus emociones, ni pensamientos. Creen que los responsables son los demás o que lo que sienten está mal, pero juntos trabajamos el observar sus emociones sin juzgar, dándole la bienvenida tanto a la alegría cómo a la tristeza, al goce y al dolor. 

En mi caso, los pequeños golpes que me iba dando la vida, no fueron suficientes para despertarme, tuve que tocar fondo para descubrir por fin qué era lo realmente importante, para aprender a disfrutar de las cosas cotidianas. Recuerdo en mi  formación en Psicología que nuestra mente sólo tiene dos objetivos: buscar el placer y evitar el dolor. Sin embargo, una vida en absoluto placer, sin percibir las otras emociones básicas, estaría indicando un desequilibrio y de seguro alguna enfermedad mental.

Nos han enseñado que los errores son fracasos, que no podemos equivocarnos, la equivocación conlleva castigo. El castigo nos expone, nos avergüenza, nos hace sentir culpables y produce dolor. ¿Pero de verdad es que podemos ser perfectos? Esta exigencia impuesta por los sistemas educativos y aceptada por nosotros desde niños como si fuera real, nos lleva a inhibir la autenticidad que hay detrás del dolor. ¿Y si lo que entendemos por castigo fuese realmente una bendición?

Probablemente hayas escuchado que el dolor es inevitable y el sufrimiento opcional. Pero es posible que esta afirmación te haya despertado cierta confusión y rechazo. Estos dos conceptos, aunque muchas veces aparezcan unidos, son opuestos. Además, la tendencia de reacción de cada persona hacia alguno de ellos tiene mucho que ver con sus vivencias tempranas. Es decir, con el modo en que aprendimos a gestionar la frustración y los cambios. El dolor es una reacción natural ante un suceso desagradable, una experiencia transitoria, cambiante, que se diluye si la abrazamos y permitimos. El sufrimiento, por el contrario, puede alargarse indefinidamente: depende de nosotros crearlo o ponerle fin por medio de la aceptación, ya que se produce cuando nuestro pensamiento se resiste a una sensación que considera molesta. Cuando nos sumimos en el sufrimiento nos sentimos víctimas injustamente tratadas por la vida e incapaces de controlar lo que sucede. 

El dolor nos da un mensaje que nos protege y regenera, nos inspira y enseña el camino correcto, nos hace más fuertes, nos permite aceptar realidades diferentes. Nos enseña cuáles son nuestras limitaciones, y a partir de ese momento, entrenarlo (como si fuese un músculo) nos hace más resilientes.  Si fallece un ser querido, si perdemos una relación importante o si quedamos desempleados es normal que el dolor aparezca. En general cualquier pérdida significativa, cualquier situación en que nuestras expectativas se rompan nos generará este sentimiento.

Todos reaccionamos de forma diferente a la muerte y echamos mano de nuestros propios mecanismos para sobrellevar con el dolor que ésta conlleva.

Cuando evocamos en nuestra memoria la palabra “duelo”, suponemos que estamos hablando de pérdidas humanas y que tiene que ver sólo con la muerte. Nos cuesta pensar que si nos mudamos a otro país o cambiamos de trabajo también vivimos un duelo, que si me cortan una pierna debido a una enfermedad también lo transito, al igual que cuando pongo fin a una relación. Un divorcio o alejarte de alguien con quien mantenías un vínculo afectivo es un “duelo de vivos”,  la aflicción es más intensa porque sabes que la persona aún está y puedes imaginártela en su rutina diaria o hasta te la puedes volver a encontrar. Es más difícil procesarlo y sanar, a veces quedan palabras pendientes, conflictos no resueltos que se van arrastrado. Se viven las mismas etapas que en una defunción; el shock o negación de no entender, la rabia junto a la culpa y reproches, la tristeza profunda que es la etapa más larga hasta llegar a la anhelada “aceptación”.

Sea por deceso o por alejarse de alguien, en ambos casos no respetan lo que podemos llegar a sentir, quieren vernos bien. Si estamos en el velorio nos dan agüita de azar o incluso pastillas para calmarnos ¿Y cuándo podremos llorar la ausencia de esa persona? Se dice que duelo que no se llora no avanza; no es que lo superemos del todo y volvamos a hacer nuestra vida como si nada, se aprende a caminar con  el pesar. Sentir confusión, rabia, desesperanza es natural;  hay que  atravesar todas las fechas especiales como Navidad, Día de la madre, o los cumpleaños sin la presencia de esa persona.

En el camino del duelo hay que tomar decisiones, vamos eligiendo continuamente la forma de recorrerlo y en este trayecto hay una serie de tareas que han de realizarse para conseguir una sana elaboración del mismo:

  1. Aceptar la ausencia, para poder llegar a esto primero debemos atravesar los distintos estadios identificados por la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross en su libro «Sobre el duelo y el dolor»
  • Negación: La persona no asume la muerte o separación , puede entrar en estado de shock y sentir la sensación de que está viviendo un sueño o pensar que su ser querido va a  volver en cualquier momento, puede haber una cierta sensación de irrealidad y las emociones se pueden bloquear.
  • Culpa: Pensamientos cómo “no haber hecho lo suficiente” o “no haberse portado bien con el otro”, por ejemplo. Sentirse culpable por haber provocado una discusión o por no estar presente en el deceso.
  • Rabia: Los sentimientos de frustración y de rabia cuando se produce una muerte son naturales, y es necesario hacer consciente esta emoción para no transformarla en rabia hacia nosotros mismos pues es cuando surge la culpa patológica.
  • Desesperanza: En esta etapa la emoción principal es la tristeza al hacerse consciente de la pérdida. Este dolor nos hace conectar con un sentimiento profundo de soledad y vacío, podemos llegar a tener la sensación de que sin el otro no podemos vivir.
  • Aceptación: Cuando admitimos la muerte es momento de empezar a rehacer nuestra vida. Hacerse la idea que la otra persona ya no está no quiere decir que ya no nos duela o no la echemos de menos. Aprendemos a vivir sin ella, aunque siempre nos quedará su recuerdo.

2. Abrirse al dolor, permitirse sentir todo ese dolor, mirarlo, abrazarlo, expresarlo, no esconderlo o reprimirlo. Permitirnos también los momentos de tregua (sino sería como mirar fijamente al sol) ya que el duelo fluctúa entre el sentir y el hacer, la orientación a la pérdida y la orientación a la recuperación.

3. Aprender a vivir sin esa persona, todo lo que antes se hacía de forma compartida o lo realizaba la otra persona ahora ha cambiado y con ello, nuestras responsabilidades, costumbres… Una parte tuya muere y hemos de reestructurar nuestra identidad, no solamente como individuos sino también en relación con los demás.

4. Encontrar de nuevo sentido a la vida, volver a ocuparse de ella y de los vivos. También es cierto que para transmutar un gran dolor es necesario encontrar un propósito o proyecto cuyo amor sea proporcional a la magnitud del dolor sufrido.

Se dice que en la sociedad existe una tendencia negadora a la muerte y se arraiga la idea de ésta como si fuera un fantasma. Pero de igual forma la experiencia dice que si a este fantasma se le pone nombre y apellido se le integra y se vuelve parte de nuestra vida. Jorge Bucay, terapeuta y escritor argentino en su libro “El camino de las lágrimas” nos habla sobre las necesidades emocionales de las personas que atraviesan una pérdida y cómo verse satisfechas:

  • Necesitan ser escuchadas y creídas en toda su historia de la pérdida.
  • Sentirse protegidas y tener permiso para expresar emociones.
  • Ser validadas en la forma de afrontar el duelo (saber que esto que les pasa es natural, está bien hecho y no es malo sentirse así).
  • Estar en una relación de apoyo desde la reciprocidad (que la otra persona le entienda gracias a una experiencia similar o que la otra persona “sepa” de lo que está hablando el afectado).
  • Que respeten su individualidad y forma de procesar el duelo.
  • Necesitan poder expresar amor y vulnerabilidad ante otras personas.

Todos en algún momento hemos experimentado un duelo, ya sea por terminar una relación,  por el diagnostico de una enfermedad o la pérdida de un ser querido. Quiero terminar éste artículo con algunas ideas que pueden ayudar a transitar este tiempo:

  • Busca el apoyo de familiares y amigos.  Es importante saber que en ocasiones preferimos estar solos o acompañados, va a depender del momento. Es normal sentirnos confusos y no saber qué es lo que deseamos, ten paciencia, no te culpes, ve a tu ritmo.
  • Intenta compartir tus malos momentos con personas diferentes para que ninguna de ellas pueda sentirse desbordada.
  • Evita tomar decisiones importantes de forma precipitada. En ocasiones la emoción es la que intenta controlar esa decisión y no siempre es la acertada.
  • Permítete estar en duelo emocional, pero a la vez es positivo marcarse pequeñas obligaciones con la finalidad de no aislarse y recuperar nuestra vida familiar, social, laboral y personal.
  • Te sugiero ver de manera gradual los recuerdos que te resulten dolorosos, no quieras correr ni exponerte en exceso. Poco a poco lo irás consiguiendo y el sufrimiento irá disminuyendo.
  • Intenta cuidarte a ti mismo, a través de la alimentación, el ejercicio físico, el descanso, la reducción de hábitos no saludables.

Soy consciente de que los consejos que te acabo de proponer no son fáciles de seguir. Pero no olvides que todos tenemos una capacidad de adaptación inimaginable. Te animo a que cada vez que sientas ese dolor y esa tristeza tan intensa que puede llegar a invadirte por dentro, intentes sustituirlos por amor. Amor hacia lo que tuviste, amor por todos los buenos momentos vividos.

Referencias

Jorge Bucay (2006). El camino de las lagrimas. España: Grijalbo.

Elisabeth Kübler-Ross ( 2005). Sobre el duelo y el dolor. Barcelona: Ediciones Luciernaga.

El Misterio de la Experiencia del Dolor Humano a la Luz de la Fe

En la vida del hombre se deslumbra un peregrinar del sufrimiento, que se manifiesta a través de experiencias tangibles y palpables. Estas a su vez  aparece una incógnita constante que nos persigue y es  ¿por qué? 

En el mundo, se presenta como un hecho personal y concreto. Este terreno es mucho más vasto, mucho más variado. El hombre sufre de modos diversos. El dolor es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente en la humanidad misma. Toma distinción como fundamento de la doble dimensión del ser humano, tanto el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto de padecimientos. Porque no solo se transmite de forma corpórea sino que traspasa el alma, lo más hondo de nuestro ser, lo transgrede y lo hiere.

Vemos que el dolor es un componente muy ligado a la existencia humana. Pero más que ser una experiencia íntima y personal se convierte en una experiencia colectiva que nos invita a todos a reflexionar en la solidaridad y en la generosidad. Todos padecemos de similares males y somos propensos a ellos por múltiples razones que aún no entendemos. A veces cuestionamos si es cosa de un mero destino ya antes escrito o predestinado para toda la humanidad, si es obra de una inteligencia superior o resultado del libre albedrío del hombre, es la constante pregunta que se debe esclarecer.

Nos vemos también transcurrir en el espacio y en el tiempo, sentimos que a veces algunos dolores son tan duraderos que son más grandes que hasta nuestra propia voluntad. Esta misma ausencia de bienestar hace que nuestro espíritu de lucha se desvanezca… pero vale preguntarse, ¿Realmente vale la pena que sea así? 

Y llegamos a más incógnitas consecutivamente, para caer en un ¿Para qué?, es decir, un volver al sentido, la razón, un contenido, un concepto, un sustento, estamos en la búsqueda constante de ese algo que amortigüe este padecimiento. No es nada fácil encontrar una respuesta satisfactoria para tan grande abismo que se nos representa en frente y que por ende se debe de enfrentar.

Es pues, el dolor que siempre ha sido un asunto crucial dentro de la variedad de cuestiones que ocupan los pensamientos del ser humano, y jamás debe ser ajeno para nosotros.

La miseria del mundo se hace más denso debido a lo complejo que se ha vuelto, y a los diversos sucesos y acontecimientos que han surgido a lo largo de la historia que vamos transformando a la humanidad misma, es decir, somos nosotros parte de este proceso. Pero es necesario esclarecer que no todo padecer procede por cuestiones intrínsecas a los hombres sino más bien que son intrínsecas.

El mismo hecho de la libertad humana y el uso que le damos y ejercemos gracias a ellas es lo que puede ser crucial en esta premisa.  ¿Pero en algún  momento nos hemos preguntado qué sería de nosotros sin la experiencia del dolor? Realmente no sería el mundo tal como lo conocemos, y quizás muchas otras cosas no existirían si fuese así: la generosidad, la solidaridad, la caridad, incluso el mismo amor.

¿Qué sentido podría tener realmente? Vemos algo que existe que se quebró, se corrompió dentro del hombre y quedó como una marca cuando se clava una tachuela en la madera y al sacarla se deja una huella, una señal de que algo pasó justo ahí. Es por el pecado como todos los males entran en la existencia del hombre y que en nuestra finitud se hace sentir fielmente. 

Quedamos desamparados en la nada, arrojados, frente al mundo que se desmorona y se derrumba en el dolor que no abre paso a salvación alguna.  Se presenta ante nosotros un vacío existencial al cual estamos expuestos y propensos; lacerados estamos frente a una acidia. Pero el panorama se amplía a través de la fe, de aquella de la cual nos habíamos olvidado.

Entra la fe al rescate, en medio de la miseria en donde el ser humano está inmerso.  Una pequeña fuerza misteriosa que empuja. Fuente de esperanza. Niña pequeñita, dueña de nada.  

Se ejerce pues aceptación  del dolor que no es pasivo, o de una resignación frente a la adversidad. La aceptación es activa y nace de la fe. Así, antes que los hechos ocurran, debemos hacer todo lo posible por lograr lo deseado y lo que suponemos favorable, pero ante los acontecimientos dolorosos ya ocurridos debemos aceptarlos. 

Presupone la fe en una ilimitada totalidad de sentido, la fe en que el universo en su conjunto descansa dentro de un contexto de sentido. Sólo desde ahí tiene razón preguntar sobre el sentido del dolor en nuestras vidas. Tal pregunta se plantea ante todo allí donde se cree en un Dios omnipotente y bueno, es decir, allí donde, por tanto, es posible preguntar: cómo se armoniza ese hecho con la existencia del dolor en el mundo?

En otras palabras, cuando la solución ya no está en nuestras manos, llegó la hora del abandono, que no es fatalismo sino una entrega confiada a la voluntad de Dios. En realidad, la genuina aceptación cristiana brota del convencimiento de que el hombre no sabe lo que le conviene a su experiencia. Pero es a través de esa fe muestra de amor infinito fuente de salvación eterna en la tribulación.

Es por eso que la vida y sobre todo la cristiana exige que el hombre transite con valor su propia existencia, lo que implica, indudablemente, asumir el dolor. Existe, además, una oculta conexión entre el dolor y la dicha; entre la agonía y la felicidad, y es por eso que ambas experiencias hacen posible la esperanza.

El sentido del dolor y del padecer humano es, en definitiva, un misterio que, al igual que el propósito de la propia existencia terrenal, escapa a la comprensión.

Es en la experiencia del dolor cuando el hombre puede percibir mejor su condición de criatura finita. Pero si bien esta carencia puede acercarnos a Dios, también puede alejarnos y así ante el dolor muy intenso, y nos puede ser presas de la confusión. 

La vida, en el fondo, es un permanente desafío hacia el auto-crecimiento y, vista de este modo, sin la existencia de la desdicha o del dolor, se desvanecerá la experiencia terrenal del hombre como un acontecer carente de sentido. Así, un mundo sin pecado sería un mundo estático, donde la existencia del hombre se convertiría en un hecho inútil y en una vida sin lucha ni que combatir. 

Y quien dio pie de lucha por amor fue Jesús en el madero, Él ya venció la agonía del dolor a través de la cruz. El nos introduce a la vida eterna y a su acción salvífica. Esta liberación debe ser realizada por el Hijo unigénito mediante su propio sacrificio. Y en ello se manifiesta el amor, el amor infinito, tanto de ese Hijo unigénito como del Padre, que por eso  da  a su Hijo. Este es el amor hacia el hombre, el amor por el  mundo, el amor salvífico. El hombre muere, cuando pierde  la vida eterna. Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal, no cualquiera, sino el definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación.

Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la tierra con la esperanza de la vida y de la santidad eternas. Y aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida por Cristo con su cruz y resurrección no suprime los dolores temporales de la vida humana, ni libera del padecer toda la dimensión histórica de la existencia humana, sin embargo, esta victoria proyecta una luz nueva, que es la luz de la salvación. Cristo se acercó al mundo  porque lo asumió en todas sus formas, hasta la muerte, para alcanzar la salvación del hombre. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan manantiales de agua viva.  Es en ella donde el cristiano tiene que plantearse el sentido. El evento de la Cruz de Cristo, que revela el “modo de ser” de Dios, y es por tanto fuente de sabiduría para el hombre.

Todo hombre en su cruz puede hacerse partícipe de la cruz de Cristo. Por este motivo todo hombre tiene su participación en la redención y está llamado a participar con su pasión. Desde este punto de vista, desde la fe, el dolor adquiere un nuevo significado. Es una prueba a la que se ve sometida la humanidad de la que brota la esperanza. El hombre al descubrir por la fe el  redentor, Cristo, descubre al mismo tiempo en él sus propias carencias, las revive mediante la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y con un nuevo significado. Y está en nosotros la virtud de la constancia al soportar el malestar con la convicción de que el dolor no prevalecerá. Es así como, a los que sufren y participan en los sufrimientos de Cristo lo hacen por el reino de Dios, y por ello, les da la esperanza de aquella gloria de la resurrección, unida a la Pasión. El hombre, al descubrir por la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre al mismo tiempo en él sus propias cruces,  los revive mediante la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y con un nuevo significado.

Coexiste una lógica o razón que se convertiría en irracionalidad si se obstinaba en permanecer en las cosas que no puede ella descubrir por su propia luz y en cerrar los ojos ante una luz superior que le hace verlas. Porque lo que la revelación nos comunica no es simplemente algo incomprensible sino un significado comprensible que no puede ser percibido ni probado por hechos naturales, ya que esto es algo inagotable, que cada vez nos hace conocer de sí mismo lo que quiere, pero en sí mismo es transparente y para nosotros lo es en la medida en que nosotros recibimos la luz, y es fundamento para un nuevo entendimiento de los hechos naturales que se revelan como hechos que no son únicamente naturales. 

Es así como la inteligencia natural percibe que hay algo más de lo que ella puede llegar a ver sola, pero que a la vez, eso que está más allá, no lo puede conocer sin ayuda de otra luz, la de la fe. 

Jesucristo mismo nos indica así el camino: Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame. El dolor ofrece al cristiano la ocasión de dar testimonio de su fe. El Evangelio habla ante todo del sufrimiento por Cristo, por  su causa, por su nombre. De igual manera, el hombre que descubre en los padeceres propios los dolores de Cristo, les da contenido y significado.

Yo podré tomar cualquier cosa que el médico me mande para aguantar el dolor, pero la fe me da la certeza, aunque muchas veces yo no lo entienda, de que existe un significado. Nosotros los cristianos más bien lo que hacemos es aprender a soportar los padecimientos que nos toquen en la vida. En los casos en que la gente hace penitencias, no es tampoco porque buscan gozo en sufrir, sino para tal vez purificarse o asemejarse a la pasión de Cristo…aunque las carencias de la vida ya son suficientes en su medida. 

Definitivamente, la vida humana está destinada a un fin que trasciende al pecado, y Dios permite el mal para sacar de él un bien mayor. La experiencia del hombre en el mundo, entonces, no es su realidad última sino sólo la condición penúltima de su destino sobrenatural. , una posible salvación: aceptar la propia situación, dar un enérgico sí a los hechos y autoafirmarse por la acción y por la lucha. Es la aceptación de la contingencia y de la finitud, y su superación por un vivir en presencia de la muerte, no basándonos en una filosofía de tragedia y de desesperación sino en una filosofía esperanzadora y llena no solo de existir sino de vitalidad, de fuerza, de aguante, aquel soporte que solo la fe nos da.

Para creer, para fortalecer la fe, basta Jesús crucificado. El papel del cristiano en el mundo es precisamente combatir el miedo y el dolor, encarnado en la historia del Evangelio y su alegre mensaje de amor, de vida y de redención.   Cristo se acercó sobre todo al mundo del sufrimiento humano por el hecho de haber asumido este sufrimiento en sí mismo. Él, aunque inocente, se carga con los sufrimientos de todos los hombres, porque se carga con los pecados de todos.

Dios sabe que nuestra felicidad sólo está en Él y permanentemente nos ofrece su amor y su amistad. Pero lo que ocurre es que no escuchamos habitualmente su íntimo llamado por el bullicio de nuestros pensamientos como tampoco podemos recibirlo cuando estamos “llenos” de vanidad y de deseos exclusivos de placer mundano. Es entonces cuando Dios a través del sufrimiento nos advierte de nuestros errores y defectos que algún día tendremos que descubrir si queremos liberarnos de este “falso personaje” que impide al hombre percibir la belleza y dignidad de su existencia original. Es, en realidad, nuestra mente la que debe ser crucificada para poder renacer en Cristo a través del amor y con la gracia del Espíritu Santo. Visto de este modo, el efecto redentor del sufrimiento está abierto a la libre voluntad del hombre de someter o no, su rebeldía y su orgullosa autosuficiencia a los superiores designios del propósito divino.

Para un cristiano que ama a Jesús en su corazón existe otra perspectiva ante el dolor y ésta es la de compartir y co-participar   en el sufrimiento redentor de Cristo. Es así como su muerte y su resurrección se proyectan sobre todos los hombres y los cristianos sabemos que en nuestros dolores estamos completando  en alguna medida este misterio de salvación, colaborando en la redención del mundo. Juan Pablo II ha hablado, en este sentido, de un Evangelio del Sufrimiento señalando que, en el dolor humano, hay una particular fuerza que acerca interiormente al hombre a Cristo y agrega que el sufrimiento, más que cualquier otra cosa, abre el camino a la gracia que transforma a las almas. Es por eso que quien quiere ser un verdadero discípulo de Cristo debe levantar su propia cruz y asumir con valor, y aun con alegría, su tristeza y su dolor. 

En realidad, cada sufrimiento aceptado por amor a Jesús es una parte de su cruz que sostenemos; una pequeña porción del dolor humano que compartimos con Él, y si pudiéramos percibir la gratitud de su mirada sentiríamos que el peso que nos agobia se atenúa y que también nuestra espalda es ancha y nuestra carga es ligera. La historia de la humanidad es historia de sufrimiento y en un sentido más trascendental en la historia de la salvación.

BIBLIOGRAFÍA: 

  1. Catecismo de la Iglesia Católica (Sección segunda N° 324).
  1. APÉNDICE II La Filosofía- Existencial  De Martin Heidegger-  Ser y Tiempo
  1. C.S.Lewis. El problema del dolor (Editorial Universitaria, Santiago, 1990)
  1. Juan Pablo II. Evangelium Vitae (Cap. Y, 15) (Ed. Paulinas, Santiago, 1995).
  1. Juan Pablo II. Carta Apostólica Salvici Doloris. (Sección VI. El Evangelio del Sufrimiento. N°27).

APROXIMACIONES CUANDO ESTÁS SIN ALIENTO

GUÍA PARA DESFALLECIDOS

Una herida no es simplemente una abertura que emana molestias y dolor, muchas veces se puede representar como aquel recuerdo que llega y arde o aquel sentimiento que irrumpe y desacomoda la vida diaria. “Quiero morir” para esos sujetos que piensan en palabras y una “vista” de venas abiertas para otros quienes piensan en imágenes, para cualquiera de los dos casos, sufrir se traduce en no poder actuar y simplemente encerrarse en un bucle de tareas rutinarias que silenciosamente roban la vida y suspiros de mejora ya que en cada momento de ocio el dolor hace su acto de presencia.

No poder concentrarse, no querer comer, aunque el hambre ataque y haga de las costillas su saco de boxeo, no desear ir al sanitario y esperar que el esfínter empuje a regañadientes a la víctima para que pueda por obligación hacerse cargo mínimamente de sí mismo, no peinarse dado que es una serie de actividades que devoran las energías, no hablar porque profundiza la agonía de soportar la de uno mismo y ahora la del otro que se preocupa. Así, se vive a grandes rasgos un proceso de enfermedad cuando un estado de ánimo alicaído derrumba el sistema inmune.

El gran imperio que otrora se erguía orgulloso ahora ve cómo se derrumba tras cada negativa por buscar alivio ¡es que cuesta tanto! ¿Cómo levantarte y telefonear al médico si no estás ni seguro de poder/querer mejorar? Es lanzar todo por la borda en un proceso que para otros puede ser insignificante, y esa distorsión cognitiva que carcome y hace pequeña la enfermedad impide ver focos de esperanza. Qué complicada la conciencia de enfermedad. Ahora, revisemos puntos claros, un croquis de un proceso febril que deja como secuela un alma rota que se recupera aliento tras aliento.

El lugar de los hechos

El altar, la habitación en podredumbre o la oficina del alto edificio. En cualquier lugar un proceso de enfermedad puede ocurrir, se gestó en un lugar distinto posiblemente, pero, se vive en aquel donde se pasa más tiempo, convirtiéndolo en un refugio hostil. La luz molesta, el sonido familiar y predecible retumba como grandes elefantes en el pasillo y lo que antes era encantador como el orden, la limpieza o los ventanales ahora no son más que obstáculos que usurpan la paz. Al mismo tiempo, es un refugio encantador, porque es mejor que estar apabullado del ronroneo inquisidor de todos en una fiesta, por ejemplo, tolerando esos ¿cómo te va? O “te ves fatal”, de muchos quienes notan el pesar.

La vida evolutiva

Como en el examen mental de cualquier especialista, la alimentación, el sueño y hasta el sexo se ven cuestionados en el interín mental. ¿Para qué comer si el organismo ruge por la molestia? No obstante, el ánimo empuja al ayuno, ¿para qué despertarse? si el sueño es ese placebo que calma el tintineo de la muerte, o, al contrario, para qué dormir si las pesadillas y el malestar corporal acompañado de espasmos y dolencias quitan a Morfeo de la lista de placeres. Y finalmente, el deseo y la libido son simples recursos de mala calidad que ni siquiera se atraviesan porque la anhedonia (incapacidad para experimentar placer) se apoderó obsesionada de la persona, como una amante en celo que se impulsa por aniquilar a su huésped.

El organismo descompuesto

            Como si de Kafka se tratara, comienza una nueva apreciación de uno mismo. Poco a poco nos desprendemos de la piel en una metamorfosis de la salud al deterioro total, empieza por el aspecto físico.

            “Qué cara traes hoy hija, maquillate”, “esta ropa se hace tan incómoda, ni me queda bien”, “el sol no calienta suficiente hoy, qué clima tan hostil”. Y así vamos sumando quejas sobre el entorno. Luego, pasamos al ámbito mental, el más escabroso.

“¿Cuándo se acabará esto?”, “doy todo por estar en casa acurrucado, esto de fingir desgasta”, “ahora viene aquel con su energía cocainómana ¿de dónde sale tal actividad?”. Y así en más, todo lo que involucra procesos de planificación se ven totalmente anonadados por el medio y las exigencias.

Finalmente, en la destrucción de la podredumbre, tenemos la capacidad inhibida de lo emocional. Viene representada por dos momentos que muchas veces pueden ligarse, lo cual puede traer consigo algunas inquietudes.

El tipo irritable: “no me ayudes, ya para molestia estoy yo solo”: son aquellos que repudian el contacto con otros, ven a los semejantes como entes que pululan sin ton ni son, en el fondo, existe un repudio por el estado de salud y bienestar que según ellos poseen. Además, existe el deseo de no querer tolerar sus maneras, ni gestos, porque involucra responderles y no hay cabeza para ello. Al mismo tiempo, los problemas del mundo hasta el más grave se ven como un acto insolente “¡qué me importan otros si yo estoy hasta…! Una característica importante es que no desean abiertamente recibir ayuda aunque muchas veces sepan que la necesitan, simplemente se regodean en el dolor confiando en sus desfallecidas fuerzas y esperando además que el otro comprenda que su dolor es tan grande que no tendrá cura (al menos no tan pronto).

El tipo victima: “te necesito, desfallezco sin tu apoyo”: son aquellos que a viva voz expresan su malestar y dolor, piensan que contándoles a otros su pena esta será distribuida equitativamente y de ese modo la mejora llegará. Claramente sociables, no repudian la compañía la ansían y muchas veces en su estado lo multiplican para hacerse aún más merecedores de apoyo y cariño. En cuanto a la percepción de sus problemas y el de los otros, comprenden que existen más dolencias en el mundo, pero las de ellos está en primer lugar “sí, a la Tía Feli le sucedió, ahora yo me siento peor, y además que a mí se me empeoro porque tuve mala suerte…” más leña al fuego. Se caracterizan primordialmente por su afán de esperar cuidados y mimos, quedándose profundamente dolidos si no lo reciben o si no es de la manera que esperan.

El tipo mixto: “necesito ayuda, pero si lo digo me van a cuestionar, si me preguntan digo lo que sucede”: estos tipos que se ven mezclados en sus expresiones de enfermedad son muy comunes. Por un lado, les molesta las injerencias que otros puedan tener sobre su enfermedad “eso te sucedió porque tu no hiciste, dejaste de hacer o seguramente permitiste…” es decir, se vuelven ariscos ante las arremetidas de terceros que lo responsabilizan del proceso de enfermedad; al mismo tiempo, arremeten contra otros porque se sienten pesimistas sobre su recuperación sobre todo considerando los datos que tienen sobre el mundo “no me recuperare, la tasa de muertos por X enfermedad supera la de los recuperados y yo con mis problemas no voy a poder…”, ante esta actitud evitan también contar lo que les sucede y así ahorrarse las penurias negativas de otros. Pero, así como se acuartelan en su malestar, también añoran los mimos y cuidados de otros, se sienten desprotegidos por su cerco social que ellos ayudaron a formar, sin embargo, sí existe una mano piadosa, la toman aunque con reservas, pues, gustan de sentirse respaldados ante la adversidad.

¿Qué sucede cuando no me siento enfermo pero tengo diagnóstico?

            En primer lugar, podemos hacer referencia a una acomodación mental, es decir, el organismo se hace a la idea de que el estado de bienestar anterior, ya no será “pleno” sino que tendrá que enfrentar obstáculos. Sucede por ejemplo en enfermedades crónicas como la diabetes, donde la persona debe contemplar la idea de tener que ajustar su ritmo de vida, hábitos alimenticios y tener actividades físicas regulares para lograr mantener una vida estable. Pero esto, es apenas el inicio.

¿Y, si no quiero?

Para nadie es un secreto que estar enfermo para algunos puede significar una alegría malsana pero agradable, por ejemplo, si calificamos y tildamos a algunos de “perversos” podemos decir que hay personas que gustan de ser cuidados y regodearse en el dolor por sentirse incapaces de no hacerse consigo mismos. Entonces, de esta “especie” humana surge una aleación muy compacta de cuidador-enfermo, provocando serios problemas de dependencia en ambos.

            De igual manera, existen los del tipo que desean con todas sus fuerzas el clamor de la vida y buscan alternativas a toda costa: homeópatas, medicina oriental, occidental ¡lo que sea! Y consiguen en su camino aliados e incluso admiración, logrando a veces el cometido: vivir.

            Al mismo tiempo, están los que se resignan a su diagnóstico y lo abrazan, no estamos hablando de personas que quieran directamente fallecer, que los hay, pero, en este momento haremos referencia a aquellos que ya dan la batalla por perdida debido al peso que supone. Para ustedes, los que en el fondo quieren dejarse de lado y dar todo por vencido, mis palabras:

“Me permití decidir no comer, hasta que mi organismo no fabricó el hambre.
 Decidí no dormir, hasta que la vida me empujo a bostezar.
 Me permití no relacionarme, para evitar más dolor, me censuré duramente.
 Descubriendo así el abandono y desamparo.
 Decidí cerrar mi alma, hasta que me vi sola y con sed de ternura.
 Me permití hacerme la fuerte, y de pronto descubrí que soy solo de carne y hueso.
 Descubrí la importancia de percibir el aroma del peligro, cuando dejé de notarlo.
 Y así más instancias, en un momento optadas, las fui perdiendo.
 Dándome cuenta después, que no eran opciones.
 Era mi vida, latiendo.
 Vive, lucha.”