La prisión de oro: La nulidad

Cuando Esther y Fausto se casaron, creyeron encontrar en el otro todo lo que necesitaban, aplaudían vivamente las horas que pasaban juntos y gracias a ello surgieron los frutos de su amor, la cúspide de la familia según la sociedad que los enmarca, así, tuvieron 2 hijos, una chica, Fernanda, y, un chico José. 

Eran la familia convencional, acomodados siempre bajo cortinas inamovibles de rectitud, valores, cierta riqueza y mucho movimiento social, es decir, participaban activamente de convenciones, fiestas, reuniones, todo lo que involucra pertenecer con cierto status a un nivel en la sociedad.

Sin embargo, los años se fueron sucediendo, y comenzaron a marcarse surcos en las amplias y relucientes frentes, los hijos se alargaron y marcharon a construirse sus propios destinos, y allí, entre libros, papeles, trabajos y viajes, los padres, aguardaban solos, quedándose sentados y cruzados de brazos añorando nuevas vivencias. Comenzaron a desconocer que entre ellos aún podían fabricarlas.

En un inicio, Esther fanfarroneaba de ser la mujer maravilla, trabajaba, estudiaba, era agente activa del grupo de conservación de su urbanización, era la niña de oro de sus padres, y, aunque tenía hermanas, ella era la que tenía esa especie de luz bendita que la hacía sobresalir, sus esquemas de trabajo eran insoportables para cualquier mortal. Solo ella toleraba más de doce horas de trabajo y luego otras cinco de fiesta. Logró graduarse con honores de la universidad, su profesión fue, en su momento, su más grande tesoro. Luego, al casarse comprendió que con la maternidad era normal estar ocupada, pero, se vio en la encrucijada de encontrarse sin salidas, llamadas de amigos y sin trabajo, pues, por sugerencias médicas lo anuló de su vida para dedicarse al hogar.

Para todos fue un hecho natural, es evidente que una mujer en gestación y luego ejerciendo su maternidad no puede reintegrarse al ágil mundo social. ¡Tonterías! La misma sociedad quien le enseñó sin cuestionamientos que debía ser una chica de oro la excluyó de sus filas y dejó al mando de cuatro paredes y un techo. Tenía más accesorios, por supuesto, pero, ¿acaso valían más la pena que su propia libertad y desarrollo? Tal parece que sí, presa de convicciones añejas y un dolor casi silente, nunca se percató que las barreras de su mente lejos de ser flexibles después de su recorrido de vida, lo que hicieron fue ensancharse y provocar horribles realidades mentales, en las que se sumergió con tanta fuerza y dependencia, que se las creyó y ahora vive en ellas.

Fausto, el otrora magnate, vive lánguidamente aprovechando oportunidades, concurre regularmente a eventos sociales, entrevistas de trabajo y claro, con sus amigos a tomar «un café», de estos «marrones» con sabor a Irlanda, que de café tenían poco. Su vida, lejos de anularse e impregnarse de gris, más bien estaba con un nuevo tinte, no era un boom hollywoodense como el de su esposa en sus momentos de lujo y alto alcance, pero si manifestaba energía y ganas de vivir las experiencias que la vida aún podía ofrecerle. Es por estos rumbos, que comenzó a notarse más la decadencia.

-Fausto, amigo ¿cómo te va? Y, ¿Esther?

-Se ha quedado en casa, ya sabes, descansando un poco.

-Hace tiempo que no la vemos, ni se pasea por el club, es más, Marco, el estilista, hace años no le hace sus retoques de raíz.

-Ya la conoces, todo es cuando ella quiere. Y, últimamente se queda en casa relajándose, no le gusta salir a ningún lado.

La realidad era otra, décadas parecían haber pasado en el sillón de la sala de estar que hasta habían esculpido su ahora descuidada figura, alrededor, se respiraba un aire profano de quien cambió sus virtudes por un anillo vacío que en un inició simbolizo el reinicio de una buena vida. Además, el ambiente estaba impregnado de una sombra de quebranto y añoranza por los días pasados, ese olvido obligado a los días de fiesta y reuniones con amigas que la habían excluido por tener hijos y poco tiempo, finalmente, el olor a desánimo y poca voluntad para hacerse cuidados a sí misma, la gloria pasada era inexistente. 

Sus hijos, sus dos grandes constelaciones eran mudos, ciegos y sordos ante tal vorágine de destrucción pasiva. Ellos, decidieron contemplar la visión paternalista de que así sucede, así es la vida y los matrimonios. Si bien ellos nacieron en una época cercana a nosotros, fueron criados con las mismas pesadas mantas de nulidad de criterio «así es mamá y así lo ha sido siempre», «quejumbrosa, falta de luz», «pocos anhelos y muchos consuelos: la televisión, cigarrillos, dormir, y esas píldoras de colores del psiquiatra»

La revancha

Falso. Ninguna vida inicia sin dulzura ni arte para trazar una historia, lo que le sucedió a Esther es la vida de muchas y muchos que deciden no existir por sumergirse en los propósitos externos, personas que rehúyen de la responsabilidad divina de decidir con convicción cada día qué hacer consigo mismos. Los cuidados que estas personas ameritan tienen que ver con grandes sumas de realidad, una dosis para elefantes que les haga ver aún con dolor que las excusas para no salir a la vida y refugiarse en la penuria no son más que fantasmas que pueden exorcizarse, con apoyo, claro, pero, existen probabilidades y una gran suma de éxito sí el «ritual» se hace apropiadamente.

La depresión, que arrastra pesadas rutinas de días vacíos y monótonos son una instancia habitual. Aquí, los gustos y placeres que antes hacían volar la cabeza son un terreno desconocido, nada tiene lugar para el disfrute porque la abulia ha hecho su nido y entendió sus raíces a todo el sistema, es decir, el sujeto carece de voluntad hasta para verse en el espejo. Es aquí, en el universo del «me da igual» que preparaciones y cuidados respecto a la ingesta poco valen, o se disminuye el apetito o hay un incremento desmesurado, total, que eso no les interesa, la vida se apaga y es todo lo que existe.

Del mismo modo, parece que el tiempo avanza despacio, y es que hay un enlentecimiento y disminución de tareas, lo que antes se afanaba en el quehacer ahora «la chica de la limpieza» se encarga. De este modo, progresamos al terreno hostil y casi delirante de la culpa excesiva, una ensoñación de pesadilla de creerse inútiles y completos ineptos a las tareas profesionales o de la vida misma, la muralla de excusas es tan inexpugnable que ni siquiera se acercan para ver qué hay más allá. De este modo, observamos que la terapia más que una opción, es una exigencia.

Cuando un ser querido opta por exigencias del medio, por creencias obsoletas y finalmente por cuestión social, anularse, sólo le queda algo: vacío. Podemos sentirlo y notarlo cada día, pero no hacemos nada al respecto, y es allí donde fallamos. Como familiares, es nuestro deber y derecho ser agentes de cambio, voceros que puedan extender una mano gentil para amortiguar y revertir el veneno. 

¿Hay escapatoria? Si.

Sin embargo, no será fácil, y tendrá que recurrirse a diversas estrategias, la terapia es aquí la primordial aliada, el profesional puede brindarte asesorías sobre conductas usuales que el anulado suele repetir, construyendo a pasos pequeños cada día una una nube de oportunidades que dejará caer después gotas de bienestar, solicita ayuda y rescata de la jaula de oro al esclavo de la soledad. Las negativas son parte de la muralla oscura de pesar y costumbre, sin embargo, nada es perpetuo, y hay que recordar y hacerles recordar, que esas murallas no siempre estuvieron allí.

Deséame

La dulce crónica de un pedido

Hoy, como una musa curiosa, me integro a la mente de una fémina quien piensa sigilosamente, a través de sonrisas, caricias agradables y sutiles muestras de afecto. Sin embargo, dentro de sí esconde un huracán que azota toda estabilidad amorosa, ahora, como fiel cronista romántica y hueca, me propongo llenarme de su esencia y describir algunas cuestiones que pueden suceder cuando la planicie matrimonial hace su entrada. Desde una mujer ,claro, de ellos, la musa se transformará después para descubrirlos. Por hoy, esto fue lo que me encontré:

«Cuándo me levanto, veo recuerdos echados a mi lado, aquellos que en su momento evocaron sonrisas y ahora solo despiertan muecas de resignación, y a veces, hasta de repudio por lo que hemos gestado hasta ahora, un gesto malsano que explota desde lo más profundo de mí».

«Sentimientos con sabor a hiel se forman e impregnan mi boca de amargura, esta cavidad que ahora dudo si te pertenece tiene gruesas telarañas esperando que dentro de sus tinieblas, la caverna sea descubierta. Pero, es muy temprano para tales cosas, mejor empiezo el día de una vez, un día que, irónicamente gira en torno a ti, en atenderte, evocarte, y pelear contra los recuerdos que llenos de nostalgia me abrazan haciéndome ver que esa vida que tuvimos ya no está aquí».

¿De dónde viene el deseo en las mujeres?

«En mi caso, conocer a una persona y que está sea inteligente, empática, curiosa y que huela bien. Si on top of that es good looking, me muero»

«Para mi, es especialmente atractivo que sean súper confident»

«Yo lo siento como un estímulo que va desde lo visual hasta el contacto»

«Del calentamiento global. Para mí el atractivo o «deseo» es la inteligencia, la creatividad, no caer en la monotonía, de ahí nace el deseo»

Cuando eres una musa romántica y hueca, impregnarte de la psiquis de muchas, a modo de encuesta, te permite apreciar bastantes cosas. De las frases más interesantes que he podido acoger para descubrir este mundo humano sobre el deseo encontré estas reseñas. Sabrán disculpar el spanglish, pero, cuando la encuestada determina sus gustos, para ella, los idiomas se vuelven pequeños para determinar aquello que su mente quiere expresar recurriendo de este modo a más de algún recurso extra. Eso le da paso inclusive, al humor, como la última encuestada.

El deseo, si nos aproximamos en el simbolismo que engloba, encontramos que se compone de anhelar, acciones para llegar a la ansiada satisfacción y, una sensación casi inmediata de satisfacción por haber cumplido. Este tópico es de esas pocas cosas humanas que el solo hecho de concebirlas ya significa una actividad placentera. Volvamos al plano de la informante del inicio, qué aspectos ha podido descubrir ella sobre su deseo y tal vez, pecar por una vez de manera graciosa, en generalizar hacia otras.

«El deseo, devino de un querer reivindicar mis teorías sobre lo que aprendí que estaba bien y lo que estaba correcto, influenciado además por ciertas ideas sobre el status, estilos de vida y lo que entendí, era comodidad. De este modo, quedé enmarcada en un torbellino de significados y significantes, aquí un resumen ínfimo al respecto:

  • Barba: sí la tiene, orgánicamente hay testosterona, si no la tiene, ese «maquillaje» que figura en la cara de ellos a modo de vellos se torna en algo totalmente en su contra, pero, puede implicar además un estímulo cosquilludo y dulce dentro de lo áspero que es, para que en noches cálidas sirva de acopio en un cuello helado. Así, he aprendido que se «usan» las barbas.
  • Manos grandes: entendí sobre ellas que independientemente de como luzcan y midan, mientras sepan acercarse y adormecer entre ellas un alma agitada, pueden verse con total libertad, el anhelo de tenerlas cercas es en sí mismo una fruta madura que pide a gritos ser comida.
  • Piernas: con o sin depilar, existe capacidad de decisión allí. No hay mayor relevancia, no obstante, cuando hablamos de un asiento cómodo en el que reposar, se descubre entonces un jugueteo y complicidad que no se aprende, se vive.»

Como se vislumbra, cuando miramos con la lupa de quien piensa en términos de deseo, los significantes tienen un significado totalmente opuesto a lo que pudiera describirse en otras ocasiones. Para verlo más claro, esta espiada mujer al hablar de: manos, barba y piernas, en lugar de pensar en la anatomía especifica que nuestro significante mental puede adjudicar, lo que hace es pensar en términos del objeto que desea, en él; a quien echa de menos aún teniendo en sus mañanas su respiración al costado. Esto es, pensar dentro del deseo, nótese además la contradicción en muchas de sus formas, es solo un ápice de cómo funciona este mecanismo en nosotros.

Particularmente, en mi posición de musa invisible e intangible, creo fielmente que este elemento funciona a través de lo aprendido, «lo que me dieron a probar alguna vez de forma satisfactoria y entendí que era bueno para mí lo buscaré muchas veces y de varias maneras». Así pues, el deseo en una mujer, e inclusive en muchos seres, puede tal vez deberse a lo que hemos entendido que es grato, aquello, que al haberlo volteado en múltiples formas fantasiosas en la imaginación, hemos decidido que, de tenerlo sería altamente placentero.

¿Se puede forzar el deseo?

Teóricamente, aunque nos parezca maquiavélico, sí. A través del deseo instrumental que muchos habrán escuchado en alguna revista o en esas clases ociosas del colegio donde reprendían más que enseñar, podemos dilucidar fácilmente como es esto. Ejemplo simple: Moni, necesita encontrar una estación de gasolina, el deseo de hallar este servicio deviene de que su auto se queda sin gasolina por lo que de un momento a otro quedará varada. ¿Me explico? Se que sí.

De este modo, vemos que existen algunos trucos para favorecerlo, en ámbitos tal vez más sociales la cosa no vendría tan sencilla, cuando intentamos discernir cómo funciona, es posible decir que grandes y suntuosas riquezas tangibles tanto corporales como las de objetos (dinero, mansiones etc.) pueden despertar cierto interés, una importancia que tal vez está más cercana a la ambición, pero deseo al final del día. ¿Podemos juzgar y señalar a alguien por esto? Depende de cada humano, pero, sí me lo preguntan, creo que el deseo legítimo se basa en querer aquello que no se tiene, aquello que sabemos va a satisfacer, así que, juzgar placeres no viene al caso.

¿Cómo quiero que me desees?

Volvamos a husmear en la memoria y pensamientos que, como autopista en hora pico están en su apogeo en la mente de ella.

«Cuando me miras, existe costumbre, es un cuaderno de notas abierto, donde cada palabra habla en un tono gris todo lo aburrido y tedioso que llevamos aquí a cuestas. Se que tal vez muchas de mis actitudes se han escurrido a lo largo de los años, pero, sigo aquí, ardiente y esperando ser bonita para ti. Para mi, a veces lo soy, ahora, tal vez lo dudo más que antes, pero, mi esencia de quererte, anhelarte y saber que será satisfactorio aún brilla y se llena de esperanza»

Al mismo tiempo, se que muchas de nuestras historias tienen encuentros que han hecho sacar de cada uno lados oscuros, por suerte, cada uno muy reversible, aún recuerdo que me pedías a gritos ciertas horas para dedicártelas, recuerdo a su vez todas las veces que a solas dijiste que mi nombre, aún siendo común, se lleno de júbilo por ser yo quien lo tenía. ¿Alguna vez, hoy, pensaste en eso? Me gustaría que recordaras que yo a modo de ofrenda entregué mi cariño y miradas no por obligación, ni por ambición desmedida, sino por el deseo de saber que estabas para todos, pero en especial para mí, quiero que me desees y sepas de manera incontrolable e intuitiva que sí nos unimos, más que un placer orgánico, existe una unión de quien desea poseer al otro no con fines de guerra y ganancia, sino con el objetivo de reafirmar que te escogí por sobre todo, y por sobre todo te sigo eligiendo, pese a los trucos del deseo. Así, quiero que me desees».

Finalmente, descubrimos que el deseo más allá de un babydoll, evoca actitudes, formas de llevar a cabo las cosas y saber que tras cada una de ellas, existe una bocanada de satisfacción ¿Cómo te gusta que te deseen?, ¿Qué cosas has aprendido que producen en ti deseo? Esta quimera humana, que ha surgido de nuestra inquietante y por siempre infranqueable necesidad de querer más, suele transformarse, reavivarse, reponerse tras momentos duros y por sobre todo, nunca perece.